jueves, noviembre 17, 2011

Escultura


Algunos seres humanos somos como esculturas para los demás. Una metáfora complicada, sin dudas, porque no es univoca en sus sentidos. La idea de la escultura podría parecer algo inerte, pasivo, frío, superfluo, simplemente un adorno que no tiene la prioridad del vínculo. Es verdad que se puede pensar en eso. Pero pienso en la escultura como algo más complejo. De un lado ese proceso creativo que surge desde la idea misma y que se debe confrontar con la fortaleza del material y la fragilidad del material. Un proceso que nos pide tiempo, nuestra pasión, nuestras emociones a flor de piel, nuestras sensaciones, a veces, turbulentas, y otras cosas. No hay relación posible sin la comprensión de ese instante de intimidad donde se desnuda ese mármol, donde residen nuestras emociones.
También pensemos en la escultura que nos gusta, esa que conocemos los detalles, las imperfecciones, la belleza que los demás no pueden ver, o si, pero que la sabemos por habernos detenido a adorarlas a los pies, como se adora. Ese vínculo que no pretendemos único pero que sabemos único puesto que está construido desde esa distancia donde la desnudez es cercanía y no pudor.
Son esculturas, también, en el sentido que esas personas siempre nos perdurarán. Están hechas de los componentes constantes que elaboran nuestros sentidos y nuestros sentimientos; que, en definitiva, son aquellos materiales nobles que forman nuestra propia esencia.
Sin dudas que habrá otras metáforas para pensar en el otro, en la otra. Hoy acéptame esta ya veremos las otras.

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