Tener un orgasmo es una de esas vivencias personales que podemos
experimentar los seres humanos. Es exclusiva del ser humano. Esta exclusividad
se puede comprobar en el simple hecho que es el ser humano el único ser
conocido capaz de mentir un orgasmo o de exagerarlo o de recordarlo,
describirlo, pensarlo. Es, también, capaz de fantasear sobre ello y varias otras alternativas.
Un orgasmo es, en algunos casos, una explosión fisiológica propia de
un momento de tensión anterior, esto en términos de una simple fisiología sexual. Pero, lo sabemos,
como todas las palabras que usamos en relación a otro/a tienen el peso significativo
y real que le vamos imponiendo por las vivencias que se tejen con nuestra
imaginación, nuestras expectativas y, a veces, con nuestros miedos.
El orgasmo, como una síntesis del encuentro sexual, tiene un peso que
va más allá de su corta duración fisiológica. Es, para muchos/as el instante
preciso donde uno se abandona frente a otro (sea concreto, real o imaginado, el
otro/la otra está en ese instante). En esos momentos, para algunos, se puede
sentir completamente la vivencia de fragilidad humana y de la contención por el otro, no como debilidad sino como belleza. Es, por eso, que es uno de
los instantes donde somos irremediablemente y maravillosamente humanos.
Esto, me lleva a la siguiente pregunta ¿Cuál sería el verbo más
adecuado para el orgasmo? Varios son utilizados de forma indistinta: tener,
dar, buscar, procurar, producir, ofrecer, recibir, pedir. Si pensamos cada uno de ellos implica una
forma diferente de orgasmo, de comunicación con el otro que comparte ese
momento, tan preciso, tan real.
Pienso que el verbo más perfecto para utilizar es “ofrecer” aunque, obviamente, no es el único. Es en el ofrecimiento hacia el otro cuando la noción,
no la fisiología, de orgasmo consigue su máxima expresión. Sólo se ofrece
cuando la comunicación lo antecede, una comunicación que puede utilizar todos
los recursos que disponemos con el otro, desde la palabra hasta el lenguaje
corporal, incluyendo el silencio como eco de nuestra sensibilidad, y la mirada
como conjugación y todos los materiales que contamos en ese momento, con esa
persona, desde la fragilidad personal, hasta la confianza construida, pasando
irremediablemente por la intimidad desarrollada. Con todo ello creamos esa síntesis
que se expresa en lo fugaz de un orgasmo pero que implica la cercanía imposible
con esa persona a quien le ofrecemos y nos ofrece uno de esos momentos donde nuestra
humanidad respira, fugazmente, la eternidad.