Sólo crecemos cuando nos
liberamos. Liberarse es el desafío más grande que tiene el ser humano desde que
nace. Un desafío al que no puede renunciar. Me resuena, en esto, el “estamos
condenados a ser libres”. Sin embargo, sabemos que el ser humano toma, en
ocasiones, una vida entera para asumir ese desafío, el paso anterior a la
posibilidad de ganarlo. Efectivamente, sólo se puede vencer ese desafío cuando
lo encaramos.
Sin embargo, lo sabemos, el
ser humano toma atajos, caminos impredecibles, resguardos necesarios. Uno va
por la vida sin un GPS que nos guíe, sin unas indicaciones claras de muchas
cosas. Vamos descubriendo la senda que nos conduce a un destino que se va manifestando,
develando y reescribiendo en la medida que queremos y que avanzamos. En el
medio, deambulamos, caminamos, marchamos, avanzamos, descansamos y varias otras
cosas. Esto lo hacemos aún cuando estamos convencidos del destino, en
ocasiones.
Lo real es que, tantas
veces, en ese camino cometemos errores, algunos por omisión, otros por acción
desprovista de razonamiento y en otras por acción desprovista de sentimiento. Es
decir que a veces erramos el camino por equivocación y otros por una convicción
del momento. El andar, quizás, nos pone en evidencia algunos de esos errores
que cometemos y les ponemos, entonces, simpáticos nombres: “pecados de
juventud”, “rigidez de la vejez”, “demasiado celo en lo que hacemos”,
“incapacidad de tomar la decisión correcta” y un largo etcétera. Pero sabemos, nadie
está libre, al caminar, de pisar las sendas de otros.
Ho’oponopono significa
“corregir un error” o “hacer lo correcto” en la lengua original de los
hawaianos, me dijeron alguna vez. Es lo que debemos hacer para ser libres. Sin
embargo, hay veces que los errores son las elecciones que tomamos por los
demás. Esas veces en que aún acertando en la elección uno comete afecta a los
demás. Eso pasa, muchas veces, en relación al amor. Tal vez por ello, el amor,
siempre es tan complicado, incierto, difícil y, valga decirlo, tan misterioso,
necesario, innegable. Así funcionamos los seres humanos, a pesar, tantas veces,
de nosotros mismos. Eso es lo que hace que la experiencia de la vivencia humana
pueda ser inexplicable, misteriosa, compleja, profunda y única.
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