Un cumpleaños es un día más en el calendario. Un simple día que le
damos valor especial. Un día, igual a otros que vivimos pero que intentamos y, algunas
veces, logramos que sea diferente. Un día único, particular y personal. Es como
si en ese día pudiésemos recordar con más certeza las maravillas que implican
que estemos vivos o, simplemente, que ser feliz necesita de un par de cosas y
no de mucho o, también, que nos merecemos celebrarnos por nosotros mismos. A
veces, ese esfuerzo lo hacen los demás, también es importante señalarlo.
También, en los cumpleaños, varias personas te saludan (hoy con la
magia de la web, muchos se enteran sin quererlo y como cuesta tan poco algunos
hacen algo al respecto). Lo cierto que de las personas que te conocen algunas
te agasajan, otras se olvidan y otras “hacen como”. La verdad que no considero
que el olvido de un cumpleaños sea un crimen. Es más lo considero hasta parte
de lo cotidiano. Es verdad que es lindo recibir el saludo de esas personas que
uno considera que son parte de nuestra vida o de aquellas con las que creer
tener un vínculo prioritario pero sé, también, que los vínculos, los
sentimientos, la cercanía se establece en un conjunto de cosas y no en hechos
puntuales. Estamos cerca de las personas que sentimos cerca. Ojalá que esas
personas nos sientan cerca. Ojalá que el esfuerzo que hagamos para ello sea
productivo. Pero también, vale decirlo, que las personas que, por las razones
que sean, están lejos –en cualquiera de sus variantes- en esos momentos tengan
ese instante mínimo para sentir que algo de lo compartido tiene valor, por más
que no lo digan.
Lo cotidiano tiene valor porque es lo que nos permite el día a día.
Porque en el día a día es donde se llora y se ríe –como síntesis de las
emociones que podemos vivir y, por lo tanto compartir-. Pero no quita, todos y
todas sabemos que siempre hay personas especiales, que independiente de tiempo,
cotidianeidad y circunstancias serán toujours
como una especie de Merlín, alguien como un mago que conoce lo profundo, esa
parte que está oculta en la piedra que nos forma y donde la espada queda
retenida en nuestro propia naturaleza.
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