domingo, febrero 14, 2016

Inquietudes


Los espacios vacíos inquietan muchas veces. como los lugares con sombras, o los silencios de ciertas personas. Es como si en ellos nuestra soledad aparece con más relevancia, con más claridad. Esa soledad que nos interpela de tantas formas. Una soledad que no implica estar solo, necesariamente. 
Si, la ausencia del otro, en cualquiera de sus formas nos inquieta, nos toca, nos interpela, nos pregunta y, tantas veces, nos ahoga. Esa ausencia que se refleja en lo que todos conocemos pero también en esa distancia terrible de la indiferencia, en las palabras protocolares de quienes esperamos las palabras de la calidez. En los silencios cuando una espera la palabra y en la palabra cuando una espera silencio. Lo diferente que nos interpela, nos cuestiona y que, sobre todo nos golpea.

Las inquietudes son tantas,  sin embargo, las que nos pesan son las que creemos, sentimos, pensamos que no podemos hablar o, en el mejor caso, las que  nos cuestan hablar aún con las personas con las que estamos. Esas cosas que pueden ser un peso, aunque no siempre. Son vivencias, dudas, pequeños logros, caídas intensas, dudas reales, certezas duras. Esas pequeñas cuestiones que nos hablan de adentro de uno y que no siempre se puede compartir. Sea esto porque la persona con la cual hacerlo no escucha, sea por nuestras limitaciones, sea por la sensación o la convicción de ser capaz de traducir en palabras comprensibles para el otro lo que tiene una suerte de claridad meridiana en nosotros. Es como si supiéramos que nuestro léxico de palabras no puede sintetizar esa verdad que nos sacude, nos atormenta, nos libera, nos limita, nos expande.
La inquietud  es parte del andar, parte del vivir.  Parte de esa cotidiana manera de estar en el mundo. A veces, logramos la quietud. Una quietud que nos permite no sólo la tranquilidad sino también el poder estar dispuesto para las inquietudes de los demás. Porque tal vez la inquietud pueda ser un motor. Aunque por elegir, elijamos el deseo para movernos.

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