Extrañar es un verbo que siempre me trajo complicaciones. En realidad
no el verbo en sí mismo, ya que es un verbo regular y me llevo aceptablemente
bien con la gramática –en general, digamos. Hablo de la relación con la acción
que el verbo describe.
No se avanza mucho, en este caso y para mí, consultar al diccionario
porque como ya sugerí no estamos hablando de palabras sino de una
interpretación que le doy. Extrañar es, en realidad, una vivencia que se tiene
frente a una ausencia. Sea cual fuera. Durante años ante las ausencias las
pensaba, más que otra cosa. Debo decir que eso no tiene nada que ver con la
idea de tipo duro, al estilo Humphrey Bogart –como no pensar en Casablanca y lo
que implica para muchos- (si, todo parece con un tufillo de nostálgico y de no
dichos, agreguemos). Muy al contrario, se asocia con la simple sensación de
saber que la ausencia no era ausencia, sino circunstancias. Estaba lejos,
viajaba, viajaban y esas yerbas. Había más para hacer, para conocer, para
descubrir que otra cosa.
Desde hace unos pocos años extraño. Si, podemos apelar a lo innegable
“estoy más viejo”. Pero también a otras cosas que creo, siento, percibo y
conozco o porque simplemente, aprendí, descubrí, encontré. También, espero, por
ello de “no estamos obligados a defender la misma idea siempre porque nadie
puede privarse del derecho de ser más sabio al día siguiente”, dixit un alemán,
según mi memoria.
Extraño porque la ausencia me cuesta o me pesa de muchas maneras
diferentes. Porque algunas veces sé que la ausencia implica. Sobre todo, más
que el no estar presente, sino de abandonar cosas, de exhibir la fragilidad, de
percibir que en la ausencia, el cotidiano no se lo vive, por más descriptivo
que sea.
Extrañar implica una impotencia. Porque se extraña lo que no está y
que no está por qué se hace imposible –aunque sea transitoriamente-. Se
extraña, también, porque creemos firmemente que esa ausencia no sólo remedia
nuestro ser sino que este lo necesita, de alguna forma. Extrañar, también,
conlleva el hecho que nos creemos, de alguna forma, importante para ser, para
estar, para compartir. Importante por el simple hecho que nuestra presencia se
debería notar.
Tal vez, extrañar tiene algo que ver con una obviedad: la ausencia es
una prueba irrefutable de la fragilidad humana por más que la disfracemos de
tantas cosas. Fragilidad del que no está, fragilidad del que siente la
ausencia. Fragilidad ante lo no dicho, fragilidad de todo aquello que nos queda
en el tintero, fragilidad de lo que es necesario callar. Extrañar, es una de
las aristas del amor que tantas veces se puede manifestar de ese modo tan
peculiar. Como, por ejemplo, en la percepción de una sonrisa que se dibuja en
nuestra cabeza con lo tangible de un recuerdo que toma sentido y que nos falta.
Extrañar, una forma de manifestar el amor. Ni la única, ni la
imprescindible, pero, definitivamente, bien expresiva.