La fiesta de la democracia, le llaman,
generalmente los políticos de profesión, al domingo de elecciones. Sin embargo, creo que es el “iceberg” del poder. Una representación bucólica del poder que se utiliza
en democracia, a pesar de los votantes. Así, en ellas, mantengo las formas cuanto más cerca está la escuela donde se
vota de lo urbano y, menos cuanto más se aísla de la vista general. El resto son manifestaciones de poder. Así, se
paga por fiscal, se paga por el control, se paga para tener más boletas impresas que las necesarias, se paga para llevar a los votantes, se
paga para no mirar, se paga para mirar. No se pretende nada más que hacer que
los peones –una suerte de niños pequeños que no saben mucho como se hace la elección– tengan un poco de esparcimiento, sano y
constructivo. Después ya veremos. Ningún empeño en, por ejemplo, simplificar
con el voto electrónico, nada al respecto de dejar que la gente pueda decidir
no votar y sacar la estupidez de la elección obligatoria.
El “pueblo”, dicen llenándose la boca, ahora
decide. Un pueblo al que se considera irresponsable, inmadura, incapaz de
contenerse, tiene que decidir. Si, efectivamente, así se lo considera ya que,
por ejemplo, hay que prohibirle que compre alcohol porque como es una bestia
que no sabe sus límites tengo que evitar que se emborrache el día de la
elección; porque no está convencido de votar, tengo que imponerle, así sea la
excusa perfecta para que durante cuatro años pueda joder como se me antoja.
Si cualquier dictadura es el ejemplo de la
dominación malsana y cruel, donde como toda monarquía depende del capricho de
uno para la vida y la muerte, la democracia se la puso en las antípodas de
esto. Pero, hoy, es momento de pensar si no es el momento de pensar un nuevo
sistema de gestión de poder. Un sistema que garantice la equidad como norma insustituible
de la vida en común, de la justicia como un verdadero sistema de protección de
la fragilidad humana inevitable y de la protección de los Derechos Humanos como una actividad dinámica y constante que
debe velar permanentemente por lo que afectó a ellos –léase crímenes de lesa
humanidad- y lo que los afecta definitivamente en el aquí y ahora: la impunidad
de la clase política frente a la sensación de corrupción constante, definitiva
e inevitable.
Aún podemos mejorar, la esperanza está en la
creencia que como seres humanos podemos más, bastante más.