La sensación es algo personal. Es una
experiencia íntima que, en ocasiones, coinciden con la de otras personas que
están allí. La sensación es válida porque la percibimos pero no por ello las
sensaciones son algo deseables en muchos casos. La sensación no es una
percepción cruda de la verdad, tampoco una fidedigna interpretación de nada.
Pero es. Todas las emociones pasan, tantas veces, por las sensaciones. Y más,
valga decirlo.
Así tenemos la sensación de placer y de
miedo. De felicidad y de infelicidad. De esperanza y de desesperanza. De
seguridad y de fragilidad. Depende de tantas cosas que no siempre es fácil
explicarlas. Porque, al ser personal no se percibe por el entendimiento sino
por los sentidos. Aunque podamos comprender lo que el otro pueda tener como
sensación, no es nuestra sensación hasta que lo sea.
¿Qué hacemos con la sensación del otro? Sería
una pregunta a hacernos. Quizás, en primer lugar, dividirlas en dos. Si esa
sensación esa persona la disfruta y a nosotros nos gustaría hacerlo, pues
disponernos para ello. Ofrecerse la posibilidad de percibir esos “colores y
sonidos” que “acarician” al otro (metafóricamente hablando, aunque bella metáfora).
Estar con ganas de estar frente al espectáculo de sensaciones que permiten
oasis. Dejarnos llevar por esos senderos y deleitarnos por poder intentarnos y,
un poco más si llegamos a hacerlo.
El otro grupo es el que percibe sensaciones
que molestan, frustran o fragilizan. ¿Qué hacer? Pues la disposición que
necesitamos es otra, es obligarnos a escuchar lo que nos parece inaudible: una
sensación que afecta y que no nos afecta. Ofrecerse a escuchar al otro pero con
el todo que podemos poner en ese momento. Nunca es menospreciar, reducir o
extrapolar la sensación que el otro tiene. Es permitirse creer que podemos
brindar una ayuda para apaciguar esa sensación, dar algún tipo de ungüento para
fortalecer esa fragilidad. Intentarlo, con la convicción de poder lograrlo.
Sensaciones. Todo lo que nos hace vivir pasa
por ello. Quizás aceptemos eso si pensamos en nuestros momentos
vitales, esos donde nuestras sensaciones consiguieron sus mejores ejemplos.