A algunos de los que estamos obligados a votar se nos presenta siempre una
cuestión de fondo ante a una elección: ¿cómo votar a un candidato –en esta
semana, por ejemplo, en la Universidad Nacional de Tucumán– si únicamente
parecen existir meras listas? Se pueden argüir frente a esta pregunta
respuestas que apelen al espíritu de la democracia y a la necesidad de la
representación. Ahora bien: muchos sabemos que no es así, que la lealtad de los
representantes está más bien relacionada con intereses particulares o con las
candidaturas principales. Así, muchas veces nos obligamos a votar sabiendo que
no importan las ideas, otras votamos por una de las personas que están en la
lista, a pesar que la comparte con alguna persona que no conocemos o que no
apoyamos. En los hechos solamente resta esperar cuatro años. Y esto no es justo,
no es ético. Es hora de repensar seriamente el sistema de elecciones. Deberíamos
desarrollar un sistema que nos permita votar a quienes creemos que respetarán
las ideas con las que comulgamos o aquello con lo que soñamos para nuestra vida
en comunidad y que contemple un sistema de control más eficaz y concreto para
que las promesas e ideas se puedan cumplir y hacerlas cumplir.
La elección de rector/a y decano/a
y de sus consejeros debería ser nominal y directa. Esto es ya imperioso. Somos
universitarios, somos parte de una casa de altos estudios. No podemos
demorarnos más. Necesitamos otra reforma universitaria y la
necesitamos ya. La primera nos introdujo a una universidad
pujante, la próxima, tal vez nos lleve a la excelencia mayor.
Carta publicada en La Gaceta, el 21 de abril de 2014. Inicio del proceso eleccionario en la Universidad Nacional de Tucumán