Hoy, vi a una mujer embarazada. Una mujer que conozco. Hace tiempo que no la veía. Estaba con su
embarazo a cuesta. Percibí alguna de esas luces que da, según todo indica, la
maternidad. Iba disfrutando su sentimiento. Esto, tal vez, lo deduje porque la
había escuchado, en algún momento, ansiar que esto pase. No sé como lo está
viviendo a su embarazo pero, si sé que deseaba llegar a tener hijos, a formar una familia. Como un
sentimiento real, vivo, decisivo y concreto.
No
pude evitarlo: pensé en el conjunto de decisiones que incluía estar embarazada.
Si, es fácil, un poco de sexo en el buen momento alcanza, dirían. Pero aún en
esos casos el camino, como todo camino, conlleva muchas cosas: decisiones,
deseos, circunstancias, expectativas, imágenes, conversaciones, intenciones,
renuncias y más. No todo o, quizás, si. No siempre, pero, seguramente, veces.
Nunca, eso sí, todo eso pensado como tal.
A
veces, cuando reflexionamos lo que vivimos aquí y ahora, o cuando vemos lo que está por pasar, no
pensamos en el camino hecho y, aún cuando lo hacemos, no pensamos siempre en
los detalles que permiten que estemos donde estamos, que decidamos lo que decidimos. No siempre pensamos en aquellas alternativas que tuvimos y que
no se tomó, por ejemplo. El fortuito –la utilizo como una palabra que oculta los enigmas que
siempre nos rodean y que tanto callamos-, andar de nuestro destino, tantas
veces.
Cuando
la alegría es algo tan real, por lo próximo y por el universo que incluye a
futuro, con tanta certeza –la maternidad ofrece eso un hijo/una hija es para la
eternidad, podemos avanzar con convicción- no pensamos en esto. Seguramente no hace falta hacerlo. ¡Qué bueno! Para
los que estamos afuera, son estímulos que, ojalá, sirvan para que pensemos, nuevamente,
tantas cosas importantes. Pero independiente de todo: ¡Felicidades!
Por ese embarazo que es síntesis de muchas cosas, o sea, un universo completo.