Las personas contamos historias. A veces, esas historias que contamos
son las nuestras. Las que sentimos que hemos vivido. En ocasiones, también, son
las historias que compartimos con alguien. Es decir, no nos atenemos a los
hechos sino a cómo vamos reconstruyendo los hechos. Es decir, contamos nuestras
vivencias. Lo curioso es, que esas vivencias que contamos, pueden o no coincidir con
la del otro. Pero aun así, sigue siendo nuestra propia versión. Es más, hasta
pueden variar de los hechos, un poco o un poco mucho, pero eso no quita que sea
como sentimos que la hemos vivido.
Contamos historias pero no como un hecho definitivo sino como impresiones
de nuestro andar y, sobre todo, en el momento que la contamos. Lo hacemos dándole importancia a alguna u otra cosa, de una
forma u otra. Valga decirlo no siempre somos constantes en nuestros juicios
(por más que todos afirmemos que sí). Es en la sutileza que aparecen esas
divergencias. No siempre tenemos el mismo juicio sobre el otro. No siempre
damos valor a las mismas cosas y, tampoco mantenemos nuestra certeza.
A ver, veamos. Recuerdo que cuando adolescente vi una película con la
que prácticamente “lloré de la risa”. Una comedia que no me dió pausa en la carcajada. Era un gag tras otro. Años después, decidí verla de nuevo para rememorar
esa sensación de regocijo por si mismo. Evadirme un rato y sumergirme en
la risa. Sólo logré esbozar alguna mueca. Yo no logré encontrar la gracia en
aquello que yo mismo había visto como el súmmum de la comedia. Si, los años,
las experiencias, los momentos y lo que sea hicieron que lo que era, ya no era más. Todo cambia, aun lo que parece un punto de
referencia para nosotros.
Ahora me pregunto: ¿Qué pasa cuando en una relación las cosas se van
al garete? ¿Qué parte de la historia nos queda todavía como válida? Si, lo primero
es saber ¿Por qué se va al corno la relación? ¿o tal vez, en qué condiciones? Si,
puede ser pero esas preguntas prueban, independiente de las repuestas posibles,
que las cosas son susceptibles de cambiar y que nuestro juicio sobre ellas
depende de “verdaderos caprichos” de nuestro entender, que la mayoría de las veces certificamos que son razones. Lo que quiero decir es que valorizamos las cosas en
términos de cómo nos queremos proteger, tal vez. Así, quien era nuestro amor
eterno pasa a ser el responsable de lo que se perdió o cosas como esas.
Luego, claro está contamos la historia siendo indulgentes o lo
contrario con el que se fue, con el que dejamos, con el que nos distanciamos.
La contamos no en términos de como pasó, sino en función de lo que nos hace
mejor en ese momento (y aquí, hay un abanico posible de opciones). No está mal que lo hagamos así, curiosamente. Es la forma, insisto, que tenemos de protegernos y de avanzar, quizás.
Lo cierto que el amor y el desamor siguen siendo los peores consejeros
para determinar los hechos pero siempre serán los únicos que validan las
vivencias que tuvimos, las que tenemos y las que deseamos. El resto, son solo
cuentos que relatamos para sentirnos mejor o peor o, simplemente para desahogarnos.
Ahora bien, ¿querés que te cuente mi historia?