La sexualidad es muy amplia, sin embargo, es en la actividad sexual o
a carácter sexual donde centramos muchas de las conversaciones. Pero, lo
digamos, la sexualidad excede lo sexual como genital y sus relaciones para ser
algo que cubre la integridad física, social, psicológica y espiritual de la
persona. Dicho esto, volvamos a la actividad sexual o a carácter sexual.
La
palabra clave de todas esas actividades es el consentimiento. No se trata
de otra cosa. Para decirlo claro: hay consentimiento en la actividad sexual que
se realiza, se propone, se ejecuta, se vive estamos en un campo donde somos
capaces de aspirar y de vivir el lujo del encuentro, de la magia del placer, del encuentro efímero pero deseado o de la increíble aventura más antigua y con mejores perspectivas de futuro que
el ser humano dispone. Ahora bien si esas mismas cosas no incluyen el
consentimiento es un crimen, aunque la legislación aún no lo vea. Así de simple
y concreto: hay consentimiento, lo intentemos, lo busquemos, lo deseemos, lo
procuremos. No hay consentimiento: es crimen.
Con esta primera idea en la cabeza partamos para diferenciar dos cosas
distintas que pueden hacerse idénticamente pero que, en ese “pequeño” detalle radica toda, absolutamente toda la diferencia. Específicamente: puedo tocarle el culo
a alguien como un acto erótico sólo si esa persona me lo permite. En ese caso puede ser una experiencia maravillosa; pero si no lo permite, es un crimen. Hasta aquí, supongo, vamos entendiendo porque si
no el problema ya no es de explicación sino es de neto corte cerebral, o sea de no tener desarrollado el cerebro más allá del nivel ameba.
Ahora bien, el problema surge con la palabra clave: “consentimiento”.
Consentimiento es una decisión personal de aceptar algo “aquí y ahora” sobre
uno mismo. Depende de un complejo mecanismos de decisi
ón que, la mayoría de las
veces se simplifica enormemente. Sin embargo, también incluye que el otro,
comprenda exactamente lo mismo. Todos hemos vividos situaciones donde pensamos
haber sido claro sobre algo y que él otro terminaba entendiendo diferente o, peor aún, actúe
como si nuestra comunicación no sería necesaria tenerla en cuenta.
Pero allí el problema no es el consentimiento sino la claridad para
decir, sostener el mismo y, sobre todo, que el otro lo entienda. O sea que ya
comprendemos que el consentimiento es un acto complejo que debemos perfeccionar
adecuadamente desde el propio auto-conocimiento, hasta la asertividad para
poder expresarlo y sostenerlo adecuadamente.
Otra cosa que olvidamos con una frecuencia increíblemente estúpida es que
el consentimiento no es otra cosa que una autorización “aquí y ahora” y que
depende solamente de quien la da que, por lógica total, es quien guarda la
potestad total y absoluta de retirarla cuando se le ocurra en relación a la
actividad que se acepta o propone.
Volvamos al inicio, parece ser que todo se reduce a tres cuestiones:
1-
Comprender que el consentimiento es de uno y de
nadie más.
2-
Asumir que ese consentimiento es algo que se
comunica y por lo tanto surge de una certeza propia de darlo y que debe ser claro
y que se debe aprender a como escucharlo claramente.
3-
El no respeto del consentimiento es un crimen.
A partir de allí el resto sigue siendo la libertad que tenemos de
participar en lo que deseamos, el desarrollo de la capacidad lúdica de reírnos y
de jugar, por ejemplo, juegos de seducción, la certeza construida día a día de
todo aquello que nos favorece y permite que nuestra salud sexual sea el pilar
donde edificamos un futuro.
Seré obsesivo pero la clave sigue siendo la educación sexual integral.
Cuando la comprendamos veremos que como un buen plan de vacunación integral,
sirve para prevenir y eso nos economiza “gastos” en salud pero sobre todo,
sufrimiento, así mismo es la educación sexual integral, no evita lo que existe, pero aumenta todas las posibilidades que tengamos un futuro mejor para todos y todas. La Educación sexual integral es la vacuna eficaz que desarrolla anticuerpos contra la plaga de la violencia, puede evitar sufrimientos y es capaz de hacer que el futuro sea promisorio. Evitarla es, sencillamente, un error injustificado en esta época.
Estamos en el siglo XXI, lo demostremos de una vez: nos comportemos
como seres desarrollados y hagamos lo único que aún no pudimos resolver: que la
violencia no siga siendo un recurso actualizado.
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