Como tal no tengo útero. Evidencia biológica. Eso quiere decir que
nunca jamás voy a tener la experiencia de saber lo que se siente cuando una
persona crece en mi interior. Puedo sentir empatía con ello, racionalizarlo
pero nunca la viviré. La maternidad como tal está vedada a mí. Obviedad, como
también que nunca jamás deberé pensar, vivir, transitar la posibilidad de
realizarme un aborto. No forma parte de mis posibilidades biológicas. Dicho esto,
discúlpenme las mujeres por decir algo al respecto. Pero resulta que hay tantos
varones que se toman en serio el hecho de las dos vidas que opinan sobre lo que
pasa en el útero femenino con una certeza que es increíble.
Por ello, me tomó la opción de escribir frente a lo que considero una
negación de la obviedad: es la mujer la que debe elegir, realizar y vivenciar
un aborto, en ocasiones. Es su cuerpo el que está en juego, no son las ideas que
circulan. Son personas reales que se ven confrontadas a esa vivencia, por las
razones que sean. Los ordenamientos sociales intentan comprender, razonar y
establecer criterios con mayor tino, científicos o de creencias. Pero luego de
ello, es la mujer, la que tiene útero, la que puede concebir, la que puede
engendrar, la que se enfrenta al hecho, en “x” número de casos, de pensar que un
aborto es su solución.
En esta realidad que me parece de una obviedad clara, todo se reduce, entonces, a una sola pregunta: ¿tiene
la mujer derecho a disponer de su cuerpo? Si la respuesta es si, el aborto es
una situación sanitaria que debemos pensar en términos de protocolo y de salud.
Si la respuesta es no, el aborto sólo es una de las formas que queremos imponer
de control sobre ellas, curiosamente, nunca sobre ellos.
Allí, creo, se resume todo el debate serio. El resto, sólo son
cuestiones prácticas que debemos resolver: ¿cómo hacemos que sea mejor lo que
estamos obligados a hacer como sociedad: reconocer la autonomía y la libertad
del otro?
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