Nuevamente vengo a escribir sobre la educación sexual integral. Una de las deudas más claras que tenemos con la educación y, nunca mejor dicho, con la vida y, aún más, con los valores más positivos que la Constitución Argentina proclama: equidad para quienes desean habitar en su suelo, justicia, paz interior, bienestar general, libertad. Por supuesto, para afirmarlo parto de la idea de educación sexual como se define en la ley que la rige en la Argentina. Además me apoyó en los estudios serios sobre educación sexual en el mundo. Si usted, lector, no conoce la ley o simplemente su idea de educación sexual está restringida únicamente a una noción de genitalidad o estancada en alguna experiencia equivocada, sea por contenidos o metodología erróneos, sepa que no es de lo que hablo.
La educación sexual es una lamentable deuda que tenemos con nuestra sociedad. Sostengo esto porque sé que su implementación real (sostenida, activa, permanente y decidida) es la forma eficaz que tenemos de revertir la violencia, la inequidad y otras dificultades que generan insatisfacción y sufrimiento en las personas.
Pensar en educación sexual eficaz es apuntalar, de un modo pragmático, a tener una sociedad integrada por seres humanos capaces del dialogo constructivo, de la gestión de conflictos interpersonales de maneras positiva, de desarrollar antídotos para que cada uno pueda protegerse en todas sus dimensiones, tanto física, mental, social y espiritual en sus relaciones con los demás.
Educación sexual integral es el derecho que permite que todo educando reciba conocimiento sobre sexualidad acorde a su edad, habilidades que faciliten su vida personal e interpersonal y que apuntale los valores más preciados por todos para que sean vividos: el respeto al otro y a uno, la libertad, manifestada en un consentimiento nacido del conocimiento propio y la convicción.
Una educación sexual no sólo es la apuesta segura a evitar los diferentes inconvenientes que una relación sexual puede, en ocasiones, generar, sino a hacer que todo encuentro con el otro, sexual o no, sea una forma más clara de avanzar en la única necesidad imperiosa que el ser humano tiene: la autorrealización en función de sus propios deseos, de sus convicciones y de sus decisiones.
Hacer educación sexual integral es más que un desafío, es un imperativo moral, social, científico y personal. Retrasarla es imposible. No empezarla con conciencia es irresponsable. A nosotros decidir si seremos negligentes o soberanos.
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