Hablar o escribir implica pocas cosas. Muy pocas habilidades
y conocimientos se requieren. Hacerlo de modo que tenga sentido, ya necesita
más habilidades. Procurar que tenga sentido y que sea veraz conlleva sumar a
las habilidades algún tipo de conocimiento. Si a esto nos obligamos a que sea
atinado, implica no sólo conocimientos, sino además necesita lo que podríamos
llamar empatía. Si además pretendemos que sume a algo que creemos, con
sinceridad y compromiso, como bien común debemos agregarle a esas habilidades, a
ese conocimiento y a la empatía generar la posibilidad del debate real que
significa poder contrastar con otros argumentos y crear espacios de devolución.
Creo, a pesar de mis errores, que esto serviría para mejorar lo que fuera a
nivel de relaciones humanas.
En esta época de redes sociales, de poderes con poco
control, de un individualismo creciente veo con preocupación la sensación que
existe una impunidad oral sin tantos límites. En los foros de los diarios, en
las redes sociales, en los grupos de whatsApp con alguna temática en común
(defensa de cualquier cosa o grupos de amigos) la impunidad oral crece como una
epidemia (me tiento a llamarla plaga). Ahora bien, lo peor aún es que a esa
impunidad oral se suman personas públicas (tanto profesionales que ya es
llamativo, como los que ocupan espacios políticos) que, con una clara sensación
que el fin justifica los medios, liberan su propio delirio. El poder, en cualquiera de sus vertientes, debería ser más
cuidadoso con sus dichos. En ellos, para mí, valga el subrayado, la impunidad
oral puede ser una forma velada de abuso de poder.
Una aclaración pertinente: es verdad que hay casos donde la “catarsis”
como forma de sacarnos de adentro las emociones es un buen recurso. Pero la
catarsis también tiene su espacio. Las redes sociales no son el ámbito para
ello. La catarsis precisa, luego la reflexión posterior que nos devuelve la
serenidad y la autoevaluación sobre lo que decimos. No es una muralla a
defender.
Debo señalar la diferencia que existe entre “libertad de
expresión” y está “impunidad oral” que me refiero. Creo en la libertad de
expresión como sinónimo de una madurez social y personal. El poder expresar las
cosas tiene valor sin dudarlo y debe alentarse. Pero no todo lo que se expresa
tiene valor y, por lo tanto, no se le debe dar valor. O sea, brindar siempre porque
alguien pueda expresarse, pero no por ello hay que darle entidad a lo que
creemos afecta lo que sentimos como fundamental para nosotros. Esta
diferenciación nos parece clave. Que todos puedan expresarse, aunque lo que
digan no tenga valor para nosotros tendrá valía en la medida que ante ciertas
cosas se puede señalar el error o ignorarlo sin que implique un desatino.
La pregunta clave, entonces, que quiero sugerir, como una
suerte de interpelación, es: ¿la impunidad oral nos ayuda como sociedad? Reformulando:
¿Sirve para construir algo que yo pueda tirar la piedra (la palabra) contra lo
que sea y pueda esconder la mano (no hacerme cargo de ninguna manera de lo que
digo)?
Que jamás se deba prohibir el hablar. Esto es algo que estoy
convencido que se debe tener en cuenta. Lo aclaro para evitar los malentendidos.
Mi planteo no pasa por allí. Pasa por otra convicción: la impunidad oral de
nuestra época muestra no sólo que, como es normal, muchas veces estamos
desnudos de habilidades, desprovistos de conocimientos, carentes de empatía.
Esto no sería un problema. Es normal. Lo que veo como un síntoma preocupante es
que esto no sólo se extiende a todos y todas, sino que parece que no nos
importa y que no debemos hacer nada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario