El orgasmo tiene, tanto como palabra como acción, una
sensación mágica. Lo sabemos porque lo vivimos y lo decimos sabiendo que
trasmitimos una experiencia personal que, aunque equiparable, fisiológicamente,
a tantas otras experiencias, es fruto de una vivencia tan subjetiva como la que más.
El orgasmo es, sin dudas, una elegía de la vida. Como muchas
otras, pero que tiene la particularidad de ser inequívocamente positiva para el
ser. El orgasmo es la manifestación personal de un momento de intimidad que
surge por una excitación adecuada y que se expresa como lo sentimos o podemos.


Por eso vuelvo a esa idea que ya desarrolle cuando escribí
ese neologismo que todo el mundo vive sin, necesariamente, nombrar: orgasmear. Este es un verbo que debemos aprender a conjugar mejor y más. Siempre a partir de
uno mismo. Orgasmear es una de las formas de empoderarse. Es asumir que
somos sexuados, eróticos, integrales, soberanos y humanos, maravillosamente
humanos.
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