martes, marzo 24, 2020

Cariño


La vida enseña tantas cosas y, la mayoría, la descubrimos con detalles y la construimos sin darnos cuenta, al principio. Casi como un reflejo. Luego hay que pulirla. Así respiramos y, yoga por medio, años después nos damos cuenta que hay una mejor manera de hacerlo. Sin embargo, hasta que el yoga nos llega, seguimos respirando. La necesidad, o la naturaleza, nos impulsa a ese gesto vital.
Simplemente somos humanos porque ejercemos esa condición desde la cuna y la vamos perfeccionando (no siempre, lamentablemente) desde que van apareciendo los estímulos para ello. Desde hablar, hasta relacionarnos. Desde el cariño hasta el sexo (cuando se puede). A veces con más información previa, otras, simplemente porque sale así.
No por nada, casi todos los humanos, en algún momento se hacen preguntas, reflexionan y escarban recuerdos, desarrollan deseos, intentan proyectos, se aíslan, se buscan y todo ello que hacemos en el día a día (ojalá) o cada tanto.
Buscamos presencia, la ofrecemos. Aún queriendo pasar desapercibido. Algunas de ellas las notamos, otras las ignoramos o no la vemos, solamente. Pero allí está la humanidad en sus reflejos hechos acciones para el otro, con el otro, por el otro.
Entre ello, el cariño, como la forma elemental de encuentro que el ser humano recibe (déjenme escribir el “siempre”, sabiendo que la tragedia también es una opción humana) desde que nace. Pero luego lo aprendemos con desigual enseñanza y con laxa certeza. Vamos tentando formas de recibirlo y de ofrecerlo. Lo aceptamos con singular y diversa prestancia. El cariño está allí y vamos a su encuentro o lo eludimos con abnegada dedicación.
El cariño nos identifica como especie, aunque no lo hagamos nunca. Forma parte de nuestro ADN real. Podemos ser discapacitados para ello, para darlo o recibirlo; podemos hacer el titánico esfuerzo –luego del hábito, la simple rutina- de ignorarlo. Podemos hasta incluso confundirlo y usarlo como moneda de cambio, como manipulación o como retorcida estrategia de encuentro. Pero, sea de un modo u otro, allí está, omnipresente en nosotros. Su presencia y su ausencia denota que es nuestro, como especie.
En esta cuarentena que tanto nos genera, sugiero que el cariño forme parte de nuestra forma de estar, pensar y sentir. Pensemos un poco más en ese cariño que nos privamos sin sentido, de ese cariño que ansiamos sin saberlo, de ese cariño que se multiplica al darlo, de ese cariño que no hace daño, sino, nos enaltece. Hasta hagamos una lista a quien le debemos –lo necesitamos- un abrazo, un beso, una caricia, una ofrenda de cercanía, un ofrecer intimidad, un fluir de nuestro ser.
Quizás así, cuando la cuarentena termine, cuando la rutina nos vuelva de nuevo seres abocados al instante que vivimos, quizás el reflejo sea acción y entonces, el cariño sea la verdadera forma de ser humanos que nos merecemos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entrada destacada

Deseos 2020

Este año es bisiesto. Como cada 4 años, dirán, pero esta vez lo noté. Un día más, un año diferente. Una ilusión de creer que lo excepcio...