Una sola palabra para una sola cosa es lo
lógico. Sin embargo, el ser humano no sigue esa lógica para todo lo importante.
Efectivamente, si tomamos la lista de las palabras más esenciales para su vida:
amor, amistad, placer, felicidad, soledad, intimidad, compañía, por citar las
que se me ocurren, vemos que ellas son definitivamente polisémicas. Sabiéndolo
lo mantenemos. Entonces, me pregunto: ¿Estaremos siendo justos llamándolas
iguales a quienes no lo son? O peor, ¿Por qué nos guardamos esa coartada con
estas palabras?
Hoy tomemos soledad. Todos la vivimos alguna
vez. A veces como necesidad, otras como deseo, otras por castigo, también está
por imposición, por dolor, por incapacidad, por tiempo, por personalidad, por
formas, por antojos, por caprichos –de uno y el otro-, por varias razones,
nunca infinitas. Nacemos solos y morimos solos por más que nos rodeen, nos
acompañen, nos esperen y nos retengan. Pero nos toca solos la experiencia.
Pero allí andamos con una sola palabra para un
pequeño universo de sentires, saberes y haceres.
Así, pues, como me decía una amiga, están por elección, forzadas, disfrutadas,
padecidas, irremediables, silenciosas, ruidosas y aun se puede seguir. La misma
palabra para tantas cosas que no tienen mucho que ver. A veces, hasta son opuestas.
Lo cierto que andamos por la vida desde una
soledad hasta la otra y, en el medio la degustamos como nos sale. Algunos,
hemos aprendido a disfrutarla más que sufrirla, otros, lo sé, lo contrario
exactamente. Frente a ello hacemos lo que podemos. No siempre lo mejor, eso
está claro, porque la soledad se termina cuando la compañía se hace verdad y
para ello debemos permitir la intimidad, en alguno de sus sentidos (otra
palabra polisémica). Eso nos cuesta, porque no es, por naturaleza recíproca, sino
artesanal. Porque aparece cuando aparece por más que se edifique con esa
disponibilidad y bancabilidad que
alguna vez mencioné.
La soledad, sigue siendo una de nuestras
formas de estar en el mundo. En sí mismo no es más que la forma de acompañarnos,
de compartir o de lo que fuera. Sólo lo hacemos con nosotros, con quien, se
supone, conocemos más que nadie. Sabemos -¡Deberíamos!- de nuestros deseos, de nuestros miedos;
de nuestras convicciones; de nuestras certezas, nuestras inquietudes y de las dudas que nos sacuden. Quizás por eso, sólo hay una palabra para llamar a ese instante –dure lo que dure-. Este instante donde
compartimos el todo con nosotros mismos, quizás sea solo soledad y punto.
Pero, ¿entonces? Quizás la repuesta sea aún
más fácil, más simple, más elemental. La soledad solo toma importancia en la
capacidad que tenemos de gestionar lo que en ella siempre está: el uno mismo y,
plagiando, “su circunstancia”.
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