Necesidad de opinar. Necesidad de decir cosas.
Necesidad de tener la posta. Necesidad de ser la voz triunfante. Necesidad de
aliviar la conciencia. Necesidad de ser reconocido. Necesidad de hablar.
Necesidad de ser quien no miente. Necesidad de mostrar la visión integral.
Necesidad de imaginar que uno puede ser todo.
De repente el WhatsApp, una manera increíble
de comunicación que surgió y que nos permite la magia de estar conectado a
pesar de la distancia. De poder ver ya mismo lo maravilloso. Pero también esa
capacidad de hacer circular lo que sea. Una herramienta increíble que es
manejada por seres humanos, por ello, como cualquier cosa que este maneja, es
útil, eficaz, genial, capaz de hacer el mundo mejor, pero, aunque no nos guste,
inútil, ineficaz, desastrosa y capaz de producir daño.
Así, sin que nos quepa responsabilidad alguna,
transferimos noticias, enviamos audios, chiste de dudosa percepción social,
frases apócrifas de sutil ignorancia supina, enunciados políticos construidos
con una vulgar capacidad de razonar, reenviamos lo que nos llega sin cotejar
casi nada (ni siquiera si en el grupo otro ya lo envío), emojis que pretenden
darle fuerza a lo que no lo tiene y podemos seguir. Compartimos no lo que es
necesario, muchas veces, sino lo que nos sale, por nuestro propio ego o por nuestra propios límites.
Esta nueva situación del coronavirus abre otra
vez el juego del “¿yo quiero ser protagonista y usted?”. Así, como herramienta
más de distribución se reciben videos, audios, opiniones potenciales, pedidos y amenazas de personas
que se presentan como cultas, instruidas y con gran saber que siempre tienen la
justa, siempre pretenden dar razones válidas para todo, diciendo lo que nadie
más sabe, contando su pequeña, a veces pobre experiencia, como un mandato
divino que nos protege o extrapolando datos sin más. O, en ocasiones, nos alarman a partir de lo que es tan contextual que
no nos puede pasar, por más que nos pasen cosas graves.
En el medio de todo eso adultos, que se dicen
responsables pero que, en demasiados casos, sólo atinan a invadir con preguntas y
respuestas que únicamente apuntan a los convencidos. ¿Es que nadie se dio cuenta como se nutre, en los grupos de WhatsApp a los mensajes absurdos que no construyen y desfilan con una locura insana?
Pero, bueno, la pregunta importante sigue
siendo: ¿Por qué creemos que la nueva generación hará diferente sino le
enseñamos la cordura frente a la mala información o desinformación, a gestionar
las emociones, a mejorar el pensamiento crítico y a desarrollar la comunicación
del modo más eficaz?
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