Tucumán tuvo una semana que golpea como nunca. Se mezclan las sensaciones. El asesinato y vejación de dos menores que coincidían en el nombre fue el comienzo. Todo en un caldo de cultivos que es la pandemia, la pseudo-cuarentena, el aumento de casos sin control y otras yerbas. Dos niñas asesinadas vilmente. Ayer, jueves 21 de octubre, un grupo de ciudadanos encontró al supuesto asesino de una de las pequeñas y lo ajustició con toda la saña que pudieron. Como película sanguinaria, hasta fue trasmitido en vivo y luego reenviado por las redes. Hoy Tucumán, amaneció un poco más pobre, más golpeada, más atrasada.
El dolor no podrá evitarse, pero se tapará. La tristeza, la
desesperanza, el peso de lo sucedido ocupara nuestros sentidos y muchas
conversaciones. Cada cual lo procesará del modo que pueda. Se clamará por lo
terrible que es. Lo que se hizo, no se hizo, lo que se destruyó. Luego, poco a
poco, por la “maldita” resiliencia, la “inevitable” adaptación, la “cuestionable”
sobrevivencia se seguirá adelante, hasta lo próximo.
Pero, quizás, sea el momento para volver a pensar lo que más
dolor puede causar y lo que es lo más difícil de hacer. Comprender que hemos
hecho mal. Analizar la suma de factores que permiten que lleguemos a eso, para
luego, darle un orden de prioridad para resolver. Allí radica la única y real
esperanza que como sociedad seamos capaces de mejorar.
Pero, hoy, vuelvo a creer que es difícil. Porque, en
definitiva, parece que es momento de repensar en como se da el poder, se lo
controla y se lo canaliza. Como establecemos contratos sociales que sean
mejores para todos y todas y que su control cotidiano sea un ejercicio de
ciudadanía real y no de circunstancias. Básicamente es pensar que, dado que el
ejercicio del poder es inevitable en el ser humano en general, el control del
mismo es una condición sine qua non
para que el ser humano pueda aspirar a lo mejor que tiene.
Ayer Tucumán, como sociedad,
hizo un punto bisagra en su historia. Lo inevitable paso. La muerte de dos
niñas es intolerable de todo punto de vista. Pero no podemos pensar que tolerar
el ajusticiamiento popular sea algo que nos salva como sociedad. Nos hace daño.
Nos hiere mal. Pero también ya es parte del pasado. Del ayer. Ahora, con el
dolor por lo vivido, por todo nos queda en pensar que hacemos para cambiar el
camino que nos hundió. Hoy estamos con la tristeza ahogándonos, con el duelo
inevitable y necesario para hacer, con las lágrimas que laceran el interior y
no se muestran omnipresentes. Pero también hoy es urgente que pensemos, de
algún modo, como hacemos lo que realmente sería un paliativo para esas dos niñas
que fueron sacrificadas: crear una sociedad que nunca jamás permita, acepte o
pueda pasar esto que pasó.
Es hora de corregir lo que estamos haciendo tan mal.
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