Este año 2020, que casi pasó, fue tan complejo, complicado, diferente, duro, intenso y la lista de adjetivos briosos podría seguir. Nos toca pensar en lo que sigue. Un nuevo año todo nuevito para confiar que mucho se podrá hacer. Uno sabe que es una de las formas que tenemos de asumir la esperanza. No resiste ningún análisis, obviamente, el creer que así de fácil sería cambiar, que este jueves 31 de diciembre termina este año de pandemia y, al día siguiente, el viernes empieza uno nuevo. Pero en esa ilusión podemos descansar un poco y respirar una bocanada de aire fresco. No está mal imaginar que eso puede durar. La esperanza radica en creer posible, lo que parece lejos de nuestras manos.
Pero bueno como dice la sabiduría popular: a Dios rogando y
con el mazo dando. Así que en este 2021 que se aproxima, desearía que dos
palabras lo guíen. Dos palabras que las encuentro como una necesidad, una
urgencia, una decisión, un deseo para todos y todas y que pueden servir para
construir un plan.
La primera es la disponibilidad. Una capacidad que las
personas podemos tener. Es la capacidad personal desarrollada, estimulada y
activa hacia lo que está afuera, escuchando lo que está adentro. Tengamos en
cuenta que la disponibilidad implica un esfuerzo concreto hacia otra persona
que no implica, bajo ningún punto de vista, un sometimiento de ningún tipo,
sino que incluye de un lado, la empatía, como condición tan necesaria y,
paradójicamente no tan abundante, según lo que hemos percibido socialmente. Pero también conlleva la certeza sobre los límites
que cada uno tiene en relación a lo que desea, precisa, puede y lo que lo enriquece.
Si la disponibilidad nace de uno (como consecuencia del autoconocimiento, de la
auto aceptación, de la autovaloración –o sea de la autoestima como constructo
real-), se dirige hacia el otro. La disponibilidad es una actitud proactiva,
respetuosa, colaborativa, sumativa hacia el que está. En esta pandemia hemos
visto que esta disponibilidad se ha ofrecido, no tanto ni siempre, pero mucho.
Sobre ella se puede erigir con solidez la solidaridad, el cariño, la
comunicación, el respeto, la intención de producir algo bueno, la protección y
la compañía que acompaña.
La segunda es una palabra que el feminismo nos lega como riqueza
y que es una síntesis de un deseo para el futuro, de una puerta concreta para
el presente: empoderamiento. Un faro, unas raíces, un plan, una metodología,
una guía. Empoderarse no es más que comprender que toda persona tiene derechos
y que debe asumirlos como propios y, por lo tanto, sentirse bien por
recibirlos, exigirlos como una obviedad –contra viento y marea- y defenderlos
como una noción de soberanía. Pero también comprendemos que el empoderamiento
existe en la medida que se hace transversal: empoderar a todas las personas
deja de ser una utopía en sí misma, para convertirse en una necesidad imperiosa
como comunidad, como sociedad, como ambición de un futuro mejor. Por si no lo
han notado lo subrayo, hablar de empoderamiento, conlleva comprender la verdad
más imponente de nuestra humanidad: la diversidad como norma indiscutible e
innegable de las personas.
Así que disponibilidad y empoderamiento para todas las
personas. Con ello, quizás, haya mejores posibilidades que lo que deseamos:
salud, compañía, sexo, música, educación, trabajo, democracia, respeto, prosperidad
en todos los niveles, familia, diversión y los que se les ocurra será fuente de
placer y tendrá mayores posibilidades de ser lo que creemos, necesitamos y
ansiamos.
Porque creo en esto, espero que este 2021 la educación
sexual integral debería ser un hecho, es la forma más concreta y eficaz que
tenemos, para con el “mazo dando”, lograr que estas dos palabras puedan ser
cada día más reales y, por lo tanto, seamos mejores como sociedad.
Amén! "Con el mazo dando" para realizarlos. Así sería posible una mejor vida.
ResponderBorrarAbrazos