Pero lo sabemos, al lado de
los celulares, la vida sigue. Una vida donde la gente, se busca, se extraña, se
pretende, se desea, se tolera, se enoja, se ama, se habla, se sonríe y, aunque
la pandemia nos cuesta tanto, se besa, se abraza o, por lo menos, se sueña
seriamente con hacerlo. La vida, la que vivimos realmente sigue allí, pasando
mientras hagamos lo que hagamos en nuestras inevitables pantallas.
Pero, no confundamos la
supuesta condena. Para ello, recordemos que el ser humano desde siempre ha
tenido la capacidad intelectual de construir instrumentos, recursos, avances,
desarrollos tecnológicos que han facilitado su vida. Así, hoy tenemos elementos
tecnológicos que nuestros ancestros sólo podían, en el mejor de los casos,
imaginar cómo ciencia ficción. Indudablemente, el ser humano siempre puede intentar
hasta hacer real lo que sólo era una ilusión. La historia tecnológica de la
humanidad lo muestra. Pero, luego, lo sabemos, el que actuará, el que las
usará, el que las disfrutará o la sufrirá, no será una máquina, sino un ser
humano como vos o yo. Con defectos, errores, vicios y equivocaciones. En esta
lógica, las redes sociales forman parte de esta inventiva del ser humano. ¡Lo
que hubiesen dado nuestros ancestros para poder ver a alguien es importante para
sus vidas a distancia, escucharla, sin tener que esperar meses por una noticia!
Así que, seamos claros, el problema que tenemos no se trata de las redes
sociales. Se trata de cómo nos pensamos actualmente como humanidad. Se trata de
cómo hemos transformado nuestras relaciones con el otro, ese que está allí y
que puede o no tener importancia para nosotros.
Creo que es hora de volver a
pensar sobre como construimos nuestras relaciones. Preguntarnos porque cuesta
tanto el hablar fuera de las redes sociales, porque necesitamos tanto unificar
las formas para pretender ser distintos usando un discurso repetido que hay en
las redes. Indagar porque muchas veces nos animamos, únicamente, a ser tan
valientes en el cruel anonimato que nos da la web. Básicamente es hora de
preguntarnos porque no están en primer lugar de nuestras vidas el pensamiento
crítico como estrategia de crecimiento, el dialogo como búsqueda de consensos
desde el disenso, la solidaridad como acción en presencia, los vínculos como
construcción permanente desde la disponibilidad real de estar. Porque, como
humanidad lo sabemos, cuando lo están, las redes sociales, el teléfono
inteligente o lo que fuera sólo son algunas herramientas maravillosas que
sirven, ocasionalmente, para construir el cotidiano, cuando es necesario, nunca
de forma omnipresente.
En los detalles nos vemos...tal como decías!
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