La violencia
contra la mujer, contra las niñas, contra las adolescentes son acciones que nos
degradan como seres humanos. Esto es verdad, como también, que hacerlo es un delito.
Pero eso no impide que siga pasando. Frente a esto es lógico preguntarse, ¿Cómo una especie que es capaz de la belleza, del placer y del amor en todas sus dimensiones,
sigo recurriendo a la violencia que mata, que destruye, que afecta al otro?
Pero
el 25 de noviembre es un día. Sólo un día. Un día que debemos gritar que esa
violencia que pasa todo el año debe parar. Un día que debemos tomar aire,
conciencia y energía para que el trabajo de todo el año nos haga pensar que al
año siguiente no será necesario este día, que alguna vez lograremos eliminar
esta violencia. Si, sé, suena a utopía. Pero, recordemos, la utopía de un día,
y el trabajo del resto del año. El trabajo constante y convencido que podemos
cambiar las cosas.
Ahora
bien, lo resaltemos, hay una parte de la humanidad, una parte enorme, que cree que
la violencia no es el camino, que no es la condición inevitable, que no es el destino.
Así, por ejemplo, en 1991, un grupo de hombres canadienses,
sacudidos por la llamada Masacre de Montreal, crearon una campaña que se llamó del
Lazo Blanco (White Ribbon Campaing). Señalemos que adoptaron como
símbolo ese color por ser el de la paz y, en este caso, “representa el compromiso
público de los hombres que lo portan de no ejercer violencia contra las mujeres,
no permitir que otros lo hagan y de no permanecer en silencio frente al problema”.
En esta
ocasión quiero revindicar que existen hombres que hacemos nuestra la lucha para
eliminar este tipo de violencia. Lo hacemos convencidos que nuestra humanidad nos
exige comprender que este tipo de violencia –y las otras también- son algo que debemos
enfrentar para lograr el cambio que alguna vez llamaron objetivos del milenio y
que hoy son los objetivos del desarrollo sostenible (2030). Eso apunta a que la
gente sin distinción de ningún tipo pueda acceder a la paz, a la equidad y al bien
común, para estar mejor, para sentirnos mejor, para vivir mejor.
Por ello, debemos ser más activos en esta época. Ya lo mencioné otras veces. Es hora de exigir una educación sexual integral ya que ofrece, entre otras cosas, herramientas para hacer frente a esto que, mucho antes que la pandemia de COVID-19 aparezca, ya se mostraba como una verdadera pandemia que no podíamos controlar. Si, la violencia contra la mujer es una pandemia, también es hora de actuar frente a ella. Es hora de ser más activos en la construcción de una red de trabajo para que cada uno pueda ofrecer una parte de la solución a quienes sufren la violencia; ser sensibles para verla, dispuestos para acompañar a quien la sufre, equilibrados para apoyarlas y conscientes que el esfuerzo debe ser cotidiano, permanente y desafiante. Esforzarnos en erradicar este tipo de violencia seguramente, nos permitirá avanzar aún hacia lo mejor que tenemos como humanidad: la capacidad de crear belleza, de disfrutar del placer y de encontramos en el sentimiento. Por ello, renovemos lo que muchas personas deseamos: No más violencia. Que el camino sea el que siempre decimos: la educación como compromiso, apuesta, inversión y acción. Porque si apostamos, en este caso, a una educación sexual integral, estaremos trabajando seriamente para evitar la violencia y permitirnos una sociedad justa, equitativa, solidaria y feliz.
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