Desde tiempos inmemoriales dos cosas me parecen que fueron evidentes: que la riqueza se distribuye mal y que mejorar ese error sería la base de un principio de equidad que conduciría a un desarrollo necesario en una sociedad. Justicia social que le llaman. Aceptada la premisa, en un juego maniqueo, podemos decir que la humanidad se dividiría entre los que están a favor de distribuir las riquezas de forma equitativa, y los que no. Hasta hay todo bien. Casi estamos diciendo una perogrullada. Sin embargo, hay una complicación. El cómo distribuir la riqueza de forma equitativa. Aquí, todo empieza a convertirse en un problema mayúsculo.
Pero dejemos claro una cosa -obvia, elemental y hasta estúpida-: puedo estar de acuerdo con la necesidad imperiosa e impostergable de distribuir la riqueza al mismo tiempo que estoy en contra de una forma particular de querer hacerlo. Porque son dos cosas distintas, lo primero un principio de justicia y necesidad y lo segundo una estrategia, metodología o mecanismo de llevar a cabo algo.
Sólo, los imbéciles o los aprovechadores políticos querrían mezclar estas dos cosas haciendo ver que son lo mismo.
Dicho esto, agreguemos también que estamos a favor de los planes sociales, la asignación universal por situaciones particulares que a los habitantes les puede pasar y las ayudas necesarias para que las necesidades básicas estén satisfechas. Es un principio de equidad el que sostiene estas ideas. Si, estamos de acuerdo que ese tipo de distribución de la riqueza se haga, entendiéndola como un paliativo ante la urgencia mientras resolvemos las cuestiones de base: las causas de la mala distribución de la riqueza.
Entonces, se preguntará, ¿cuál es el problema? En una pequeña sutileza que termina siendo el angulito que hace que dos caminos se separen a lugares distintos. Lo que cohabita bajo el manto de esta distribución de riquezas. Allí si, estoy en contra.
En otros términos, estoy en contra de un proceso de distribución de la riqueza que incluya impunidad económica para grandes grupos como para todo el arco político (presidentes, expresidentes, gremialistas, jueces, parlamentarios, punteros). No es tan complicado de comprender: distribución de riquezas sin control excesivo, bien obsesivo de las cuentas de los que deben regular la distribución no es una buena estrategia.
La distribución de las riquezas tampoco puede ser acompañada de un sistema de enriquecimiento ilícito. Una distribución de la riqueza que no contemple que las ayudas sociales sean reemplazadas por trabajos estables que implican dignidad, por salud y educación para todos evidentemente es una forma negativa de ver a esta.
Hay que favorecer que toda la riqueza que tiene una sociedad se distribuya. Esto no implica simplemente que los que más tienen dejen de acaparar ganancias, sino también evitar que la clase política se enriquezca vía los procesos oscuros, la falta de un sistema independiente de control y de decisión sobre lo visto en el control de gestión. Un sistema de control que realmente sea capaz de actuar sobre la estructura vigente que se presente, a todas luces, como un sistema viciado soy el dueño de distribuir la riqueza a quienes son leales a mi propio ego. Un sistema cuasi feudal, sin entrar en mucho análisis. El objetivo de estas maniobras es, generalmente, mantener a quienes precisan en mi redil.
Finalmente dejemos algo claro: hay que distribuir todas las riquezas. Las monetarias, que en este mundo permiten acceder a necesidades elementales: comida, el pequeño lujo de algún placer –que uno elija y no que sea el “para todos” impuesto, educación de nivel, salud necesaria para cada uno en cada momento, pero también trabajo digno, acceso a bienes culturales, desarrollo intelectual, fomento de opciones creativas, debates constructivos y todo lo que podamos fomentar como riquezas. Lo que a la postre permiten que una sociedad aspire a su superación colectiva.
El camino para distribuir la riqueza es imperioso caminarlo. Sólo sabiendo donde queremos llegar, los atajos valen. Sino, son nuestras propias contradicciones, nuestras propias miserias, nuestras propias ineficiencias quienes son la brújula. El final, necesariamente será no haber hecho más rico a quienes deseamos darles riquezas. Distribuir la riqueza en pocas manos, aunque sean diferentes sigue siendo un atropello. Defender a quienes hacen eso es, también, un crimen.
martes, 29 de diciembre de 2009
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