Sexo del bueno es aquel que tiene
algunas características particulares. Para quedarnos en lo concreto –aunque
después abramos el juego- digamos que por “sexo” entendemos la relación sexual
(en algunos casos se puede llamar hacer el amor, aunque sabemos que no siempre que
se hace así se hace el amor y, también, que muchas veces que se hace el amor no
se hace así) entre dos personas –aunque también
para que haya relaciones sexuales el número puede variar-. Esta relación, en
este caso de dos personas implica que son dos individuos que pueden permitirse
el poder tenerlo (excluimos, por lo tanto, para nuestra idea todo tipo de
violencia como soporte de este tipo de intercambio).
Ahora bien, veamos entonces esta
cuestión del “sexo del bueno”. La primera característica, aunque parezca
evidente, para que el sexo sea bueno tiene que ser el sexo que tuvimos. Es
decir, la primera condición que necesita el sexo del bueno es tenerlo. Nunca
ese sexo es el sexo que se planifica, ni se imagina, ni se sueña, ni se
fantasea. Valga decir, también, que planificar, imaginar, soñar y fantasear
permiten tener sexo del bueno cuando lo tengamos. Esta diferencia ni es sutil
ni es tonta, es fundamental.
La segunda característica que tiene
el sexo del bueno es que decidimos tenerlo. Es decir podemos tener sexo por
diversas razones, pero en la medida que consentimos el sexo adquiere una
dimensión tan personal, íntima y movilizante que define no solamente un acto
mecánico sino la posibilidad de goce. Ahora bien, atención, no todo sexo que
consentimos es sexo del bueno. Hacen falta otras cuestiones.
Lo tercero que define el sexo del
bueno, es la desnudez. Es el hecho que nos permitimos la piel como escenario,
continente y contenido. Es ese dejar de lado lo que pensamos que debería ser un
cuerpo desnudo para presentarnos con el cuerpo real que tenemos y así recibir
al otro en su desnudez. Valga, en esta ocasión aclarar que también se puede
tener sexo, del bueno, sin estar completamente desnudos.
Lo cuarto que es imprescindible
para ese sexo del bueno, es la comunicación. Digamos que eso no implica
palabras, necesariamente, pero si escuchar al que nos habla, aún sin palabras.
O sea el prestar atención a ese conjunto de cosas que surgen cuando dos cuerpos
–aunque sea a veces una parte solamente- expresan cosas.
Lo quinto, es tiempo. Noción
complicada porque no es lo que dura en tiempo definido por relojes sino por esa
noción de momento que surge cuando el encuentro con el otro aparece. Un momento
se define –según mi propio diccionario- por ese instante de intimidad
compartido. Un instante que dura lo que dura y que jamás es tan corto pero que si
puede ser fugaz.
Como ustedes pueden ver el sexo del
bueno es el que uno hace, quizás luego de imaginar, fantasear, pensar; aquel que lo
hace cuando uno consiente hacerlo y, que al hacerlo, uno se permite algún tipo de
bella desnudez. Además, es aquel que nos permite comunicar, sin que eso
implique profundos diálogos sobre la trascendencia humana. Finalmente, se puede
decir, que tiene la duración exacta que hace que por un instante, aunque sea
totalmente pasajero, una intimidad se comparta.
Más o menos eso es el sexo del
bueno. ¿Se lo consigue? Muchas veces y es, sin dudas, algo que mejora, realmente, con la práctica, la dedicación, la atención y otras variables más.
Ah….me olvidaba, el sexo del bueno produce
un placer que se manifiesta por la simple sensación de producir algo parecido a
la tranquila sensación de lo eternamente fugaz. La sensación contundente de
sabernos vivos, completamente vivos envueltos en una ola de paz, porque es
importante señalarlo, el sexo del bueno no produce, jamás, culpa.