Lo cierto que tener una epifanía se aplica
cuando algo surge de una forma tan evidente ante nuestros ojos que se hace
realmente imposible ignorarlo, independiente que los demás –por lo general es
así- no lo vean como uno, ni nada
parecido.
Una de las epifanías más importantes es darse
cuenta de algo que nos está afectando desde hace tiempo sin que ni uno, ni
nadie lo perciba tan fácilmente. Es, lo que se da en la violencia sutil, por
ejemplo. La del menosprecio, la verbal, la emocional. No siempre es evidente
pero produce el efecto deletéreo en la persona. Afecta, mucho y de forma
constante. Al final termina condicionando las acciones, definiendo los
comportamientos y minando los ánimos. Esa violencia que los demás no ven, que
hasta la ven como otra cosa y, por lo tanto, la consideran necesaria, justa,
adecuada para la situación. Si, esa violencia que afecta la autoestima del otro
con un barniz de franqueza. Esa violencia que parece salir del famoso “te lo
digo porque te quiero”. Esa violencia que se apoya sobre alguna cuestión casi
unánime pero que taladra el cerebro, horada la piedra, destruye desde adentro y
hace que el daño sea más grave.
Borges lo dice de manera contundente y hermosa al referir que “un prosista chino ha observado que
el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los
ojos ven lo que están habituados a ver”. Por ello, debemos comenzar a ver las
cosas de otro modo y así, favorecer que los demás también comiencen a ver de otro
modo, aunque sea diferente al nuestro.
Podemos juntos cambiar las cosas
pero para ello, nos debemos esforzar en hacer evidente lo que es realmente
evidente y que no estamos viendo. Aumentar nuestra dedicación para hacer que
las demás tengan esas herramientas necesarias, fundamentales que tiene que ver
con permitir ver lo que está bajo nuestras narices.