Siempre pensé que hay días como estos. Días que no son especiales en sí. No hay aniversarios, ni fechas conmemorativas; no pasa nada que merezca escribirse, ni recordar en bronce; no se conoció a nadie ni se visitó ningún lugar nuevo. Días que simplemente son raros por lo constante y pertinaz repetición de lo intrascendente. En esos días, donde todo pasa como si nada importase la serena voz de nuestra historia y nuestras vivencias susurra nombres, lugares, emociones y deseos de un modo que nos arrulla. Nos recuerda que estamos donde estamos porque vivimos lo que vivimos. Nos habla de pasados y nos sugiere andares. Esos días, esa voz nunca nos recuerda ni una fecha, pero si, nos habla de esos momentos, que compartimos, que nos dieron un poco de todo. Esos momentos vitales que nos permitieron vínculos, algunos saludables y otros diferentes.
Donde los recuerdos de lo vivido y esa nostalgia de lo que no se pudo vivir aparece con una melodía que, como un blues, nos habla, nos emociona, nos alegra, nos hace llorar y, sobre todo, mantiene vivo, la esperanza de tantas cosas.
No existe forma de olvidar lo que el amor nos permitió dar y recibir, a pesar de todo, aún de nosotros mismos. Aunque queramos que nuestra memoria, empecinada en olvidar, tergiversar y demás, a veces, crea que logra su cometido.