La vida es esa que la contamos por
hechos importantes pero que sabemos que pasa en los intersticios de lo
cotidiano. En ese día a día donde hacemos cosas diversas y compartimos con
tantas personas que están en el aquí y ahora. Sin embargo, muchas de las
personas que son importantes –o importante- en ocasiones, está a una distancia
más allá de nuestras manos. Es con ellas que los escritos se imponen como la
expresión real del modo en el que intentamos compartir nuestras vivencias.
Antes, hace casi una eternidad, la magia estaba en las cartas, lo comentaba a
un pre-adolescente. En ellas se volcaba un poco de cómo sentimos este día a día
y así, en ellas nos permitíamos hacer llegar a alguien no sólo nuestra
vivencia, sino un intento sincero de recuerdo, de compañía, de anhelo, de
deseo.
Hoy, la comunicación parece fácil,
evidente, casi instantánea. Como si fuese, realmente una cosa del pasado la
distancia. Pero aún en esta época, seguimos escribiendo para alguien, para una
persona que recibirá el eco de nuestro cotidiano con la certeza de sentirse
parte de uno mismo. Así, ya sea por correos electrónicos, whatshapp, blogs o lo
que se nos ocurra, seguimos intentando, en ocasiones, escribir para esa persona
que está lejos y, sin embargo, sentimos tan cerca como nuestro sentimiento nos
lo exprese. Las cartas, esa melancólica figura de otrora parece que está en
desuso, pero tanto como cocinar con fuego. Pero el espíritu, el que mueve a
intentar hacer danzar las letras para que lleguen como mensaje veraz y
concreto. Ese espíritu jamás de los jamases dejará de ser parte de nuestra
humanidad.