He crecido con el
mito de esa ciudad. He sentido el encanto de su leyenda. Pocos lugares como esa
ciudad –en ocasiones ese nombre de ciudad solamente- tiene la capacidad de
cautivar más allá de lo racional. De ese modo las expectativas son inmensas aún
antes de llegar a ella (no por nada
existe el “síndrome de París” generado por la decepción profunda y
psico-somática).
En definitiva es como
con las personas, o con algunas. Sobre todo cuando el amor o lo que llamamos
así está en el medio. Nos creamos expectativas sobre lo que vamos a encontrar y
sobre ella fundamos lo que queremos ver, lo inundamos de “lugares comunes” y
con ello nos enfrentamos a la realidad.
Y, como París,
nos puede producir desilusión, decepción o lo contrario seducirnos con su
evidente belleza, encantarnos con su sabor a legenda, hipnotizarnos con el mito
de todos sus contenidos y nada más. O, hacer todo eso o nada pero ofrecernos la
simple libertad que permite recorrerla con nuestras propias decisiones. Con nuestro
intercambio personal. Donde dejamos fluir y fluimos y así, de ese modo, nos
dejamos encontrar por la magia, por la realidad y tejemos esos vínculos que nos
hacen crecer.
Si, París,
permite la metáfora. Por eso, “siempre nos quedará París".