Todos tenemos historias. Cosas que nos han
pasado, que hemos vivido en este andar por donde andamos. Algunas de ellas son
bellas otras, tal vez, no tanto. Si lo pensamos, aún en esta época de redes
sociales, las historias las vivimos como podemos y las contamos como la
sentimos o como queremos. Detrás de todo ello siempre están las personas que la
han vivido y que, en ocasiones, hasta pueden compartir lo vivido de la misma
manera. Sin embargo, cada uno es su propio biógrafo. Cada uno sabe bien qué
cosas incluye en sus historias, cuales calla, cuales son una constante, cuales
evitamos siempre. Pero, la mayoría de las veces no somos nuestros mejores intérpretes
ya que es inevitable que no siempre seamos justos con nosotros mismos.
Exageramos, minimizamos, deformamos, pimentamos y otras cosas sobre lo vivido.
De alguna manera nos permitimos el lujo de intentar la felicidad que siempre
uno espera que sea una ambición. Pero más allá de todo, de cada cosa, de cada
historia, de la forma de contarlo o de decirlo, detrás hay una certeza: somos
los protagonistas y con ello, nuestros pequeños o grandes miedos, nuestros
diversos errores, nuestras inseguridades, nuestras preocupaciones y, también,
lo contrario: la inevitable tentación de creernos dioses, la infalible
convicción de aspirar a ser felices, la inocultable certeza de acertar, aunque
sea algunas veces y el deseo, contenible
o irrefrenable, de necesitar al otro para poder sentirnos más humanos.
Si, tenemos historias que no terminan porque
somos nómades en esta vida. ¡Celebremos esto!