Hablamos de
amores incondicionales con mucha libertad. En ocasiones sin medir el peso que
tiene. Así, vamos por la vida declarando nuestro amor incondicional. Lo bueno
es que los seres humanos los tenemos a ese tipo de amores. Lo malo, que no
siempre son todos los que creemos, los que pensamos, los que decimos. A ver,
que somos capaces de amar es una cuestión definitivamente probada en los seres
humanos y que nos permite soñar con una humanidad mejor siempre. Algunos amarán
más, otros menos, pero podemos amar. Algunos constantes, otros en una época precisa
y circunstancia determinada. Pero podemos amar. Nacimos con esa capacidad. Por
supuesto, que entendemos amor de maneras tan diversas que, muchas veces, incluimos
sentimientos que no son tan parecidos para todos. Pero, sea como sea que lo
definamos, los seres humanos amamos. Casi como una constante de nuestra vida.
Dentro de esa “actitud” permanente –sí, hay un poco de expresión de deseo y
esperanza en esta sentencia-, a veces, somos capaces de amar
incondicionalmente.
¿Cómo lo sabemos?
En realidad, lo deseable sería que nunca lo probemos. Sí, claro, porque cuando
hablamos de “incondicionalmente”, estamos hablamos de sacrificio. De
condiciones que serían inaceptables en la mayoría de las veces. Pero que, si
entra en juego ese amor, no dudamos un instante en asumirlas. Como un hecho
innegable, inevitable y sobre todo lógico para ese amor. Allí, el problema
implica que no medimos siempre bien esto y así, es común, que las personas
hagan sacrificios estúpidos en nombre del amor incondicional o, en ocasiones
que juremos amor incondicional por esa simpatía que tenemos.
¡Diablos! Ya
tenemos varios problemas. El primero que no siempre sabemos que amamos puesto
que es una amplitud de cosas lo que decir esto incluye. Luego, que no siempre
ese amor es incondicional –por más que lo digamos varias veces- puesto que no
todos los merecen y nosotros, sobre todo, no nos podemos dar el lujo de
ofrecerlo a todos y/o todas. Si esto no fuera poco, la mayoría de las veces,
¡qué suerte!, no deberemos probarlo. Puesto que lo incondicional, insisto,
exige el sacrifico –de cualquier tipo pero sobre todo de aquello que nos
lacera, nos mutila, nos produce una agonía, un llanto que se muestre o no, nos
vacía un poco el alma-.
Si, amores
incondicionales tenemos siempre. Espero que ellos nunca necesiten ser probados.
Por su parte, ojalá, simplemente nos debamos contentar toda nuestra vida con mostrar
en las cosas cotidianas, esas que tejen el día a día, que el amor que se siente
está allí, tratando de estar cerca, con los detalles que hacen que el otro lo
perciba como real, como especial y, seguramente, como incondicional.