No soy, lo que se
dice, una persona simpática. A pesar mío –algunas veces, seamos sinceros,
gracias a mí- caigo más antipático que otra cosa. Será una cuestión de piel o
simplemente un mambo personal. Lo cierto que no produzco de “prima facie”
simpatía. ¡Vale! En ocasiones sí, lo acepto. Pero creo que mi media de
interrelación cae en el lado de “soy antipático” o “no caigo simpático” que no
es lo mismo, pero se entiende. Es verdad que, por mi parte, también hay gente que
me cae antipático o no-simpáticos con cierta constancia. Sería, algo que
podemos decir “c´est la vie”. Que es la forma sofisticada de marcar que es
normal y punto. Pero, dado mi afinidad por hablar sobre estas cosas, pensé al
respecto y me permito la reflexión que, que por otro lado es bien propia de los
seres humanos: le damos vuelta a las cosas que nos interesa y a otras. Por ello
valga la reflexión para los demás y, mucho más para mí.
La antipatía que
hablamos es aquella que se define por la “portación de rostro” o “por cuestión
de química” o cualquier cuestión semejante que se basa en una supuesta
intuición –que tiene alguna precisión porque hemos trabajado en esa habilidad-
y no como manera simple de eliminar a quienes nos caen mal o, sobre todo, a
quienes nos muestran la limitación personal que podemos tener y nos impide
descubrir lo que no es diferente, extraño, desconocido. Es obvio esto,
generalmente, los seres humanos no somos un “Marco Polo” de las relaciones
(algunos sí, gracias a Dios –como expresión). La mayoría, no nos acercamos a
las personas que desconocemos. Esta falta de iniciativa, en este punto, se
construye y no es espontanea. Las razones para que eso pase se esconden en
nuestro cerebro (suma de experiencias olvidadas pero incrustadas, educación
sesgada o centralizada en algo).
Por ello, creo, que
nos merecemos, como seres humanos que precisamos al otro, hacer el training.
Que no es más que ejercicios para desarrollar algo: músculos, memoria o la
diversidad. No me malinterpreten –o háganlo pero háganlo sabiéndolo-, no
pretendo que degustemos todo. Cada cual va aprendiendo que hay personas con las
que preferimos no entablar conversación, ni contacto, ni nada. Es parte de lo
hasta “saludable”. Lo que digo que sepamos porque lo hacemos. No vaya a ser
cosa que por no saberlo nos privemos, necesariamente, de lo que nos produce
alguna riqueza, algún cambio necesario, algún descubrimiento que estábamos necesitando,
o quizás, un simple momento donde podemos hablar un rato sobre algo divertido.