Están allí, en la
lectura errónea de algo. Siempre están en ese lugar. No son intuitivos, ni
creativos, ni eficaces. Son violentos, son perjudiciales, son mutilantes. Es
verdad, algunos lo sienten y otros no. Pero no quita, siguen siendo eso que
afecta, surge como un dolor profundo que uno se hace o hace al otro. Son así.
Se tiene celos por lo que uno se imagina, nunca por los hechos. No se tiene nunca celos por una posibilidad, sino
por la probabilidad. Esta diferencia no es rebuscada. Posibilidad tenemos todos
de encontrarnos alguien que sea más simpático, sensual, alegre o lo quesea que
nos atrajese. Esto es la vida. Probabilidad es lo azaroso. Lo primero es lo que
la vida misma nos ofrece que, me gusta decirlo, de este modo: la vida siempre
nos da la posibilidad de ser felices. La probabilidad es algo más de lotería.
Quizás pase, quizás no y aún con muy bajas probabilidades actuamos.
Los celos están
allí, en el camino a cualquier cosa que nos puede producir el placer que se
perfecciona, el diálogo que construye, el intercambio que nos mejora, la
franqueza que nos hace maravillosamente cómplices. Los celos nos alejan de una
manera que no permite nunca que se acerque el otro porque los celos torpedean
los recursos para que la intimidad pueda desplegar todos sus recursos.
Si, tenemos
celos. Es bastante habitual. Pero, no aceptemos nunca que ellos son parte de lo
necesario, de lo inevitable para el encuentro, para el amor, para la intimidad,
para estar con el otro. Nos rebelemos todas las veces necesarias contra ellos
para así poder permitirnos, indefectiblemente, la posibilidad real de la
felicidad, del encuentro que permite sentirnos testigos y protagonistas de la
intimidad.