El 25 de
noviembre se fijó como el día internacional de la lucha contra la violencia contra
la mujer. Los datos de este tipo de violencia, que podemos constatar en
cualquier diario, son alarmantes. El daño que produce genera todo tipo de
problemas y, sobre todo, una clara inequidad social que, sin dudas, tiene un
correlato en la posibilidad que tenemos como tejido social como el que
merecemos y deseamos.
Particularmente
quiero remarcar una cuestión esencial que no siempre se considera. Entre las
formas más eficaces de prevenir la violencia contra la mujer existe una que
tiene un efecto tan grande que no sólo sirve para hacer la prevención sino que,
además, ofrece el desarrollo de habilidades específicas para poder sentirnos
mejor y construir una sociedad más equitativa en todo sentido. Una medida que
garantizaría, si la hacemos bien, una transformación positiva de nuestra
sociedad. Me estoy refiriendo a la implementación real, completa y activa de la
educación sexual integral, tal como la recomienda la ley de educación sexual
integral de nuestro país.
Sé que hay
diferencias de percepción sobre la misma y que, a veces, podemos disentir sobre
contenidos y modalidades. Sin embargo, no podemos negar algunas evidencias que
establecen que cuando un programa de educación sexual integral se ejecuta de
una manera activa, constante, sistemática e integrada los beneficiarios
directos (estudiantes) e indirectos (familias, escuela, sociedad) avanzan
positivamente. ¿Por qué? Porque aprenden a gestionar el conflicto de una manera
no violenta, aumentan la autoestima, desarrollan la asertividad, estimulan la
comunicación de una cultura de la paz, aprenden a manejar información adecuada
y, entre otras cosas más, respetan la diversidad.
Si, creo que si
apostamos a una educación sexual integral, estaremos trabajando seriamente para
evitar la violencia y permitirnos una sociedad justa, equitativa, solidaria y
feliz.
Publicado en el diario La Gaceta
http://www.lagaceta.com.ar/nota/618421/opinion/-cartas-lectores.html