
Si pensamos en estas fiestas, surge claro que son fiestas del encuentro no con cualquiera, con aquellos que son necesarios por más que podamos estar con todos y pasarla bien. Siempre hay alguien imprescindible en las fiestas. Aun podemos hacer la fiesta pero sin ellas "hoy un poco menos de todo".

Efectivamente, llegan estas fechas y hay una suerte de magia que aparece. A veces, es
colectiva –nunca tanto como las películas- otras es, quizás, solo individual.
Renovamos, en ocasiones, por un instante la creencia de nuestra infancia. Así,
agradecemos o pedimos. De forma colectiva o de forma queda, para no alertar que
ya no somos creyentes. Pero allí estamos, pidiendo de un modo u otro que Dios o
Yahvé (o el cosmos o la pachamama o la nada etérea) que las “bendiciones” recibidas se mantengan y las que aún
no llegaron aparezcan. Pedimos con palabras y rituales o con una parte de
nuestro cerebro -utilizando bromas o silencios-, sea como sea, si pedimos o rogamos que eso pase: que lo bueno continúe y que lo malo se vaya.
