Como si por un día, a muchos y muchas, la vida nos alcanzaría con lo poco que hace la felicidad: compartir, encontrarse, disfrutar lo que haya y pensar, por un momento, que todo puede ser mejor porque hay un poco de paz y buenos sentires rodeándonos.Si pensamos en estas fiestas, surge claro que son fiestas del encuentro no con cualquiera, con aquellos que son necesarios por más que podamos estar con todos y pasarla bien. Siempre hay alguien imprescindible en las fiestas. Aun podemos hacer la fiesta pero sin ellas "hoy un poco menos de todo".

Efectivamente, llegan estas fechas y hay una suerte de magia que aparece. A veces, es
colectiva –nunca tanto como las películas- otras es, quizás, solo individual.
Renovamos, en ocasiones, por un instante la creencia de nuestra infancia. Así,
agradecemos o pedimos. De forma colectiva o de forma queda, para no alertar que
ya no somos creyentes. Pero allí estamos, pidiendo de un modo u otro que Dios o
Yahvé (o el cosmos o la pachamama o la nada etérea) que las “bendiciones” recibidas se mantengan y las que aún
no llegaron aparezcan. Pedimos con palabras y rituales o con una parte de
nuestro cerebro -utilizando bromas o silencios-, sea como sea, si pedimos o rogamos que eso pase: que lo bueno continúe y que lo malo se vaya.
Así en esta
fiesta, sean cual sea la creencia que tengas, ojalá el encuentro te convoque
pero, sobre todo, que tu sentir sea invocar que las personas que amas se
sumerjan en la alegría de saberse amados, de sentirse felices y capaces de ser
niños.