Hacemos lo que queremos. Nos gusta decir eso. Nos hace “adultos”, “maduros”,
“únicos” y, también, “geniales y seductores”. Pero la verdad que lo hacemos
como podemos en función de historias de vida y de las circunstancias que nos
tocan. Y al hacerlo así, no lo hacemos “asa”. No hay mucho secreto, el pollo lo
cocinamos como lo hacía la abuela o como leemos por internet. No de las dos
formas, o, a lo sumo, como una forma nueva que nos sale sobre la marcha (con
mucho, poco o nada de conocimiento específico). Así es la vida de los seres
humanos. Vamos eligiendo caminos por lo que fuera y después contamos (nos
contamos, algunas veces, nos mentimos) como fue la forma que elegimos.
Somos ese manojo de torpezas y certezas que nos moviliza. Somos el
camino que vamos dejando atrás, ya pisado y el sendero que sigue –del cual
siempre nos permite el cambio. El pasado solo nos autoriza a resignificar lo ya
hecho. Nos olvidamos de eso.
A mi modesto entender, las redes sociales (que no negaré nunca su
valor ni importancia) nos dieron una buena coartada para este olvido. Así,
trasmitimos mensajes que nos llegan y nos vuelven a llegar. Tal como
adolescentes de antaño, solo copiamos y enviamos lo que no nos animamos a decir
(por lo menos cuando adolescentes, teníamos lo artesanal de transcribir a Bécquer
o a Benedetti). Y como sabiendo que estamos haciendo una simplicidad, lo
llenamos de signo de admiración para que parezca efusivo o, sino, largamos
sentimientos que no se justifican y que, si el mundo es justo, nunca tendremos
que probar en la vida real.
En este conjunto el plan sale genial porque la mayoría asumimos que de todos los derroches de “te quiero mucho, sos genial, sos una persona maravillosa y todo eso que repartimos como caramelos” son cosas que se dicen en el mundo virtual tienen otro valor que aquel que nos animamos a decir al otro, cara a cara, viendo los ojos y expresando desde el sentir, que siempre es honesto, aunque nos equivoquemos o, luego, lo cambiemos (si, el desamor existe).
En este conjunto el plan sale genial porque la mayoría asumimos que de todos los derroches de “te quiero mucho, sos genial, sos una persona maravillosa y todo eso que repartimos como caramelos” son cosas que se dicen en el mundo virtual tienen otro valor que aquel que nos animamos a decir al otro, cara a cara, viendo los ojos y expresando desde el sentir, que siempre es honesto, aunque nos equivoquemos o, luego, lo cambiemos (si, el desamor existe).
A ver, sigamos compartiendo chistes, gifs ingeniosos, música –siempre estimulante-,
videos sensibleros, cursis y penosos. Lo alternemos con humor espantoso, porno
incómodos y todo lo que quieran. Eso es parte de lo actual. Lo único que
quisiera es que les quitemos un poco de signos de admiración y de preguntas a
las comentarios para que sean más acordes con la ortografía que aprendimos y que “defendemos” como podemos.
Y, también, que nos animemos a defender nuestras ideas y valorizar nuestros sentimientos un poco más.
Así que escribamos en redes sociales los sentimientos hacia alguien siempre que
seamos capaces de decirlos cara a cara. Aprovechemos para hablar todo lo que
podamos pero que nunca eso apague el deseo necesario de hacerlo frente a frente, café,
cerveza, vino o agua de por medio.
En el fondo sigamos usando las redes sociales como hacía la abuela o como nos salga pero, como diría el viejo Sábato, hagamos un esfuerzo más activo de “recuperar
cuanto de humanidad que hayamos perdido”, aún utilizando las redes sociales.