
Supo hacer del diagnóstico un
ejercicio mental utilizando los recursos disponibles y de la curación un
ejercicio compartido con el otro. Sí, creo que fue un buen médico. Descubrí con
él una noción de compasión real, una idea de empatía viva que surgía del estar
al frente del otro, una inquietud por la pregunta que, aún hoy, me empuja.
Era un tipo de médico. Hay otros.
Hoy, se los celebra a todos. A los que son por el cotidiano, los que son por el
pasado, los que son por lo que sean. Celebremos a aquellos que son capaces del
diagnóstico, de las soluciones eficaces, de los tratamientos exactos y a los de los adecuados -que no siempre coinciden, como
también a aquellos que son capaces de acompañar ante el sufrimiento que, a veces incluye
dolor.
Feliz día a los médicos y a las médicas, a los
que se sienten así, a los que ejercen así, a aquellos que procuran que el error
y el acierto siempre sean el origen de nuevas preguntas. Pero sobre todo, feliz día a
aquellos que nunca olvidan la premisa esencial de la medicina que tan bien
sintetizó Perez Tamayo: “La medicina no es una ciencia y,
quizás tampoco un arte, sino un espacio creado para que el encuentro humano
colabore en la superación del sufrimiento utilizando los mejores recursos de la
ciencia y del arte”.
Para que nos
sigamos encontrando con esas personas, para mi, como fue mi padre.