La vida es encuentro permanente. Por más que nos aislemos los
encuentros están allí, al borde de nuestra piel con la distancia que ponemos,
que necesitamos. La cual es el reflejo, entre otras cosas, de nuestra memoria,
de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, de nuestros miedos. Pero eso no
quita, es el encuentro el que nos permite ser humanos y es por los encuentros
que nuestra humanidad tiene esperanza, a pesar de todo.
Si pensamos en los encuentros la clave central vuelve a ser la misma.
Hay muchos que no podemos evitar, el andar por la vida nos cruza con más
personas de las que, quizás podemos manejar. Piense en un día común y nos
cruzaremos, en la mayoría de las veces, con muchas personas. Encuentros
circunstanciales, mínimos, protocolares, inevitables, algunos quizás indeseables
para nosotros, pero encuentros en fin. Hasta lo que podemos y decidimos evitar
son encuentros que no se realizan activamente por nosotros, eso precisa de un
encuentro en nuestra conciencia.
La clave, como la vida misma para mí, es cuál de ellos nos autorizamos
y en función de qué. La pregunta entonces sigue siendo: ¿A quién permitimos que
se nos acerque y por qué? Es fácil imaginar que la repuesta es individual, aunque
sigamos patrones reducidos pero, al mismo tiempo, intuimos que responder a eso
es fundamental. Las respuestas son múltiples y, como lo experimentamos lamentablemente,
a veces nos equivocamos. Las personas no son como imaginamos aún en las
ocasiones que “sentimos” que eso pasa. Si a esto le sumamos la “vida”, ese
caminar constante donde fluye pasado, con sus alas y cadenas en un presente que
es un instante antes que un futuro predecible pero no seguro, obviamente las
variables son diversas y, en ocasiones constante, inmanejables. A pesar de todo,
la vida seguirá siendo un camino a hacer.
Entonces, ¿sobre qué podemos apoyarnos? ¿Intuición? Quizás podemos
llamarlo así, siempre y cuando que no
olvidemos de dos condiciones previas e innegociables: la primera que eso que
llamaremos intuición debe nacer de un saber o, por lo mínimo de un esfuerzo
para saber sobre lo que somos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que
esperamos, lo que nos interesa, lo que deseamos, lo que nos protege, lo que nos
fragiliza. Lo segundo, tomar conciencia que la verdadera protección está en la capacidad
que tengamos de desarrollar la asertividad. Esa capacidad de expresar mejor lo
que queremos a partir de nosotros y no en desmedro de los demás. La capacidad
de no sentirnos obligados y de saber que consentir es la opción de vida que
tenemos que buscar. Un consentimiento que para cada uno siempre es “aquí y
ahora”. Porque es la renovación de ese consentimiento lo que da la posibilidad de
la libertad como hecho real y concreto.
En definitiva, autoricemos a entrar en nuestros espacios a quien
decidamos hacerlo, sabiendo que esos encuentros que nos permitimos son una
decisión personal a la cual jamás debemos renunciar, por más que renovemos
nuestra decisión cada vez que el encuentro se realice. Los encuentros son
infinitos, son, muchas veces inevitables, pero están ese manojo de encuentros
que hacen la diferencia sobre los cuales somos los dueños.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario