Antes que nada una acotación. Voy a hablar de sexo, en este caso, heterosexual
y del que realiza una pareja, sea esta el tipo de pareja que sea. Valga aclararlo.
Dicho esto digamos que el sexo es una decisión individual de un acto que se
comparte. Es decir, se necesita de la decisión del otro en la acción pero sigue
siendo una decisión personal con la que podemos construir un mundo completo. Esto
lo hace tan elemental y, al mismo tiempo, capaz de construir un universo. Trato de explicar: el sexo
como tal, lo vamos a entender como el acto a carácter sexual que decidimos hacer.
Decidir es la primera palabra clave. Decidir es permitirse y permitir al otro
lo que se va a hacer. Es más que una condición, es uno de los elementos imprescindibles
para disfrutar del sexo. Lo permitimos porque lo decidimos, lo decidimos porque
habla a nuestro deseo, lo hacemos porque nos permitimos explorar ese deseo de
un modo particular y con alguien en especial. El decidir implica tomar conciencia de nuestro cuerpo
sexuado, de los gestos que recibimos y que los vamos sintiendo; de lo que vamos
haciendo pero también de lo que vamos dejando que nos hagan. El permitir algo nace de
nuestra decisión y existe, en ello, una intención cierta de pensar el placer o de
intuirlo. Allí comienza, por más que, lamentablemente, no siempre se llegue. He
aquí la primera distinción fundamental el sexo, por ser personal, por más que
se haga con otro, es la decisión personal que lo define. Hay sexo porque yo
decido que lo haya. Si no es así, no es sexo, es violencia.
Esta consideración inicial lleva un segundo implícito. El sexo es, al mismo tiempo, un
camino y una estancia con un otro. Lo que significa que tiene en si mismo un abanico de posibilidades. Por ello, el sexo dura no lo que dura el coito, sino, dura lo que decidimos y nos permitimos, sumado a
lo que el otro, partícipe necesario, también decida y se permita. Es la suma, entonces, de dos voluntades que deciden y se complementan. Comienza
antes de la penetración y dura el tiempo que esta termina más el tiempo en que la
desnudez es paz. Veamos si lo explico mejor. La penetración es una de las
partes del sexo, el cual forma un todo más completo que alimenta el conjunto
del encuentro. Esperar todo de la penetración es tan absurdo como pensar que la
misma define el acto sexual.
El sexo comienza en el momento que decidimos de forma concreta que el sexo es uno de los caminos a recorrer con esa persona que está con nosotros. Esa decisión abre la puerta a las formas que conocemos, las que tenemos para llegar al resto: caricias, palabras, besos, toques, abrazos, etc. O sea, el conjunto de elementos sensuales que conocemos y pensamos útiles, eficaces. Es allí, donde la decisión se transforma en voluntad y en acción.
De allí recorremos los
que nos autorizamos y nos facilita nuestra propia intuición y, a veces, nuestra
inteligencia sexual. Bordeamos los límites que nos impusieron o que pensamos
ciertos y, tal vez, los superamos un poquito, pero siempre decidiendo. De un modo
u otro, salvo excepciones, la penetración aparece como parte del deseo, de la
ambición y de la necesidad. Nunca debería surgir de la obligación. Esta dura lo
que dura y no debería ser un problema salvo cuando lo es, pero es tema para otro artículo. Esto significa que
estamos introduciendo nuevamente la palabra como parte de lo que debería seguir, la
palabra compartida o la que uno se dice. La penetración podría terminar en
eyaculación, ofrecida y recibida. Pero lo que debe importar es que esté la búsqueda
del orgasmo como parte real, concreta del deseo del encuentro. Un orgasmo
personal que se comparte pero no necesariamente que deba ser al
unísono. Básicamente importa llegar con el otro presente.
El sexo comienza en el momento que decidimos de forma concreta que el sexo es uno de los caminos a recorrer con esa persona que está con nosotros. Esa decisión abre la puerta a las formas que conocemos, las que tenemos para llegar al resto: caricias, palabras, besos, toques, abrazos, etc. O sea, el conjunto de elementos sensuales que conocemos y pensamos útiles, eficaces. Es allí, donde la decisión se transforma en voluntad y en acción.
Y, luego, ¿qué? Pues los caminos, también, son varios. La excitación
desanda el camino, todo o una parte. En ese desandar, la desnudez aparece con
más claridad. El otro se transforma en presencia con más peso, más real y con ello, la intimidad
se ilumina para bien o para mal. Es allí, por lo tanto, cuando nuestra decisión
se impone de nuevo como necesidad. Efectivamente, en ese momento, el sexo, vuelve a precisar que
lo que nuestro cuerpo nos dice, lo que nuestra mente nos habla y lo que el
otro, presente, nos genera, eso sea manifestado.
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