Parto de una premisa elemental: la diversidad de actividades sexuales
que la humanidad puede realizar es “infinita”, pero la que los seres humanos
concretos podemos hacer es finita. Todos podríamos hacer de todo pero en
realidad hacemos lo que podemos (ojalá siempre sea solo lo que consentimos).
Sin embargo, por más que uno no haga ciertas cosas (por decisión,
límites de cualquier tipo, desconocimiento o miedo) no quiere decir que los
demás no lo hagan. En sexo, a veces confundimos lo que no hacemos con lo que no
se debería hacer. La diferencia es clara, no somos propietarios ni tampoco los
gurúes de la moral del mundo, ni siquiera de la moral de nuestros próximos.
Pero me permito recordar que la violencia incluida en la actividad sexual, que
ignora al otro, que le impide el consentimiento no lo considero una actividad
sexual sino un crimen, una violencia inaceptable.
Aclarado estos puntos, me quiero detener unos minutos en esa variante
de la actividad sexual que es el trío sexual. Tres personas que deciden
libremente de compartir por un momento una relación sexual. Esto implica que
será un tiempo de mucha intensidad erótica.
No olvidemos un detalle clave: cualquier actividad humana, no sólo
sexual, tiene formas de hacerse y cuestiones a tener en cuenta. En el sexo, lo
prioritario es “quererse un poco mucho”. Eso implica que debemos comprender que
el límite es –o debe ser- hacer todo aquello que no nos afecte o que creemos,
con un margen de certeza razonable, que estamos protegidos. Esto, si lo
pensamos, ya excluye de nuestras actividades aquello que hacemos por el otro
sin pensar en nosotros o con una expectativa no realista de lo que va a pasar.
Lo segundo es evidente: hay criterios que permiten que las
experiencias sean positivas. Límites que parten de lo conocido y de lo que
pretendemos descubrir. Esto hace que sea obligatorio establecer reglas y las
reglas no son las que suponemos, sino la que definimos. En el sexo no siempre
se habla, pero quizás para hacerlo, para disfrutarlo, para crearlo, para
permitirnos el lujo de hacerlo mejor, el hablar es un recurso maravilloso.
Antes, durante y después forma parte de la experiencia. En la dosis necesaria,
¡of course!
Volvamos, entonces a nuestro trío. Tres personas que optan por tener
relaciones sexuales conjuntamente. La gran mayoría de las veces es una decisión
de dos personas que incluyen a una tercera. Pero aun así son tres personas
independientes que llegan con su cohorte de deseos, de expectativas, de
imágenes, de ambiciones y de estilos. Es importante tener en cuenta eso. Como
también recordar una verdad de Perogrullo, nuevos estímulos pueden producir
nuevas respuestas. Segundo elemento clave, es una experiencia de carácter
sensual y erótica. Esto implica que lo que está en juego son los sentidos en
búsqueda del placer. Es el sumergirnos en una situación donde el tiempo es
marcado por lo sexual. Valga la redundancia. No es una relación afectiva,
aunque pueda haber afectos. Es permitirse el lujo de los sentidos estimulados
de una forma nueva, aunque sea repitiendo actividades.
Lo tercero es una actividad que excede el tiempo real en su comienzo.
No comienza en el momento que los tres están juntos, sino antes. Desde que se
lo decide, desde que se acepta hacerlo, desde que empezamos a desnudar
sentidos, muchos antes que los cuerpos se desnudan. Eso lo hace también
personal. No comenzamos todos al mismo tiempo y eso no es un problema. Nos
alimentamos de los diferentes inicios para darle más intensidad. Pero, aún más
importante, termina cuando uno decide que termina. Siempre cada uno debe
garantizar y garantizarse que el fin es una decisión personal. El
consentimiento siempre.
Cada uno entra en esto por motivaciones personales, por gustos
particulares o por decisiones diversas. Si esto es así, creo que dos elementos
son fundamentales, que: ya los mencionamos. Conocer y consentir. Lo primero
define lo que queremos y lo que nuestro deseo debe permitir, lo segundo –que
debe ser una realidad constante- nos da garantía que podemos hacerlo, disfrutarlo
y, no olvidarse, terminarlo, por
nosotros mismos.
Lo segundo fundamental es recordar que como toda experiencia sexual
busca dos cosas, conectarse con uno mismo y, con otro, sea esto circunstancial
o más constante y, lo segundo, que el deseo ande los caminos del placer para
este nutra nuestro deseo. El gozo, como siempre, está no en el final sino en
todo el camino.
Así, comprendamos que nuestras elecciones solo serán valiosas,
productivas, creativas, nutritivas, enriquecedoras no por la diversidad en sí,
sino por ser nuestras, con nuestro ser eligiendo, con nuestro ser participando,
con nuestro ser presente.
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