Las relaciones, sostuve en otros escritos, comienzan y se mantienen con la disponibilidad,
se concretan con la habitualidad y, en
algún momento, precisan la bancabilidad.
Bancar es un término español muy utilizado en argentina como una toma de posición en defensa de algo o alguien. Es más terminante y conlleva un universo no claro de cosas que se aguanta por el otro.
Bancar es un término español muy utilizado en argentina como una toma de posición en defensa de algo o alguien. Es más terminante y conlleva un universo no claro de cosas que se aguanta por el otro.
Como sabemos, toda relación implica ser testigo
de la otra persona. Así, de a poco, vamos conociendo formas, decires y "haceres" del otro. En la relación
aprendemos cómo funciona el otro –o por lo menos creemos saberlo, esto es lo
más frecuente-, descubrimos lo que verdaderamente le gusta, lo que le disgusta, lo que le molesta. Aquello que lo pone más agradable y
lo que lo pone francamente desagradable. Nos damos cuenta que la otra persona no es
perfecta o, si es más perfecta que uno, en que ocasiones la combinación con uno hace que
el producto no sea no tan lindo.
Bancar al otro como forma de estar. Soportarlo, porque lo necesita, no dejarlo solo. Valga una aclaración, no implica aceptar
el daño, sino la incomodidad. El límite de la violencia debe estar claro. Sin embargo,
sabemos que toda relación implica cierta carga de cosas no tan agradables.
Hasta una noche feliz puede terminar en una indisposición digestiva al día
siguiente, siendo de lo más vulgar y no tan elevado.
Bancarse al otro cuando la conversación no
está en su mejor momento, cuando el aburrimiento aparece como una posibilidad
del día –jamás de la vida-, bancarse la tristeza sin sentido o alguna
melancolía, bancarse lo que llamamos "bipolaridad" -por referirnos a los cambios de humor que aún
no exploramos el origen-, bancarse por enemistades que no tienen ningún sentido,
bancarse alguna oportunidad perdida, por una estupidez que no vale ninguna pena.
Bancarse la pausa al caminar, la risa estúpida por un humor que no entendemos
en el otro, bancarse que el otro sea diferente que uno. Bancarse que no pueda,
no quiera, no necesita, no desee, no sepa. No como castigo sino porque valga la
pena porque no es suplicio sino instantes que todos tenemos.
Bancárselo porque nuestro balance vale la pena, pero bancárselo. Eso porque al
lado de eso tenemos el resto, lo que nos hace bien, nos gusta, nos protege, nos
hace reír, es el eco del cariño que precisamos, del sentir que nos alberga y
nos potencia. Está allí el testigo, la testigo que nos reconoce que bien vale
que sea como dice la canción “Dance me to
the end of love”.
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