Todos, todas, todes estamos
envueltos en una cultura que tiene siglos de patriarcal. En medio de ella, con
muchos idas y vueltas, con mayores y un poco menos de dificultades, la
diversidad existió, existe y, cada vez, existirá más. También, debemos decirlo,
hubo, hay y, ojalá cada vez menos, habrá víctimas. Siempre habrá hombres
haciendo de hombres con diferente tipo de tontera –en varios casos, -hoy claramente
criminalidad- encima. Igualmente, seguirá habiendo mujeres aceptando y
desafiando el mundo que se les plantea con excelentes y, a veces, con paupérrimos
resultados. Una parte de ese mundo viviendo allí con muchísima evolución
positiva y con una convicción que la violencia no es, ni podemos tolerarlo como
el recurso. En este mundo, como en toda la historia, también hay personas que
aún alejados de las teorías del feminismo, del uso del lenguaje inclusivo e
incluso de las leyes modernas vivieron y viven sin violencia, sin dominación y
comparten el día a día, codo a codo procurando que la felicidad sea compartida
porque aprendieron, vivieron y sintieron que sólo se es verdaderamente feliz cuando comparten.
Simplificar todo a una cultura machista patriarcal como origen de todos los
males es un riesgo. El mismo que se cometió hace años cuando, sin otro
fundamento que tener la voz cantante, se dijo que la mujer era esto o aquello.
Cuando una mujer no podía decidir lo que quería, sobre todo si no respondía al
mandato social aceptado y gritado.
Esto implica que debemos retroceder. NO. NUNCA. Con mayúsculas y sin atisbo
de duda y sin margen de discusión ni polémicas. Así que olvídense que hay en mis argumentos una reivindicación de la
violencia, de la dominación, de la sumisión. No para nada. Es imposible eso. Lo
que pretendo señalar es otra cosa. Que creo que es hora de pasar a una instancia donde
creamos y sintamos que estamos en el siglo XXI y esto, entre otras cosas,
implicaría aceptar que abogamos por dos principios fundamentales que deberían
gobernar a las personas:
1- La libertad personal, simplemente entendida como la capacidad de elegir lo lo mejor para uno, aquí y ahora, procurando evitar todo daño evitable.
2- El
consentimiento, definiendo esto como la decisión personal, esclarecida y
concreta de hacer algo aquí y ahora.
Aceptar esto, la libertad y el consentimiento como
verdades inclaudicables, implica dos condiciones que no pueden ser obviadas: a]
el conocimiento como puerta de inicio y b] la puerta de salida como constante
innegociable. Que las personas puedan elegir lo que quieran, lo que deseen y,
al hacerlo, puedan optar por ello es más que esencial –hoy significa que
debemos batallar a brazo partido por ello- en este momento de la humanidad. Es
la lucha que nos debemos. Lo que conlleva, obviamente, la urgencia de la
educación sexual integral que nos da conocimiento, habilidades y valores que
puedan hacer frente a lo que se opone a ello. Debemos recordar y remarcar que
el objetivo final de una educación sexual integral va asociado con el “empoderamiento”
(palabra majestuosa introducida por el feminismo) y con el desarrollo de una
capacidad que puede gestionar los recursos para tener una sexualidad (esa que
cuenta nuestra historia, parafraseando a Fraise) que sea capaz de alcanzar el máximo
nivel de placer, tranquilidad y creatividad.
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