La vida nos enseña o, en realidad, nos brinda
enseñanzas que algunas veces, creo que muy pocas, las aprovechamos. Tal vez por
eso, la vida nos sigue enseñando lo mismo, una y otra vez y, en ocasiones con
metodologías más duras o más bruscas. Pero bueno, vamos aprendiendo. Una de las
formas que tiene la vida es confrontarnos con los opuestos, como se hace en el jardín
de infantes, para uno, ahora convertido en educación inicial. Así descubrimos
opuestos reales y otros que no lo son tanto pero que apelamos a ellos como una
forma de llamar la atención sobre dos polos que se oponen “diametralmente” (es
una palabra con mucha presencia). Siempre es más fácil los opuestos que el
resto. Pero, sabemos que la vida no pasa en los extremos, aunque los vivamos así,
sino en ese permanente deambular por los equilibrios inestables que vamos
construyendo por obra y gracia del andar, del encuentro y de la increíble capacidad
del ser humano de generar cosas.
Todo esto surge porque hoy me contraponían el optimismo al pesimismo. Eso me hizo reflexionar un poco sobre esa dupla de optimismo y pesimismo.
Todo esto surge porque hoy me contraponían el optimismo al pesimismo. Eso me hizo reflexionar un poco sobre esa dupla de optimismo y pesimismo.
El optimismo radica en creer que uno es capaz
de obtener los mejores resultados posibles aprovechando los recursos reales que
uno tiene. No es ni magia, ni ilusión. El pesimismo, por su parte, es creer
poco en los recursos o no verlos, directamente y, además, estar convencido que existe
un destino fatal que nos rodea, independiente de cualquier lógica. Básicamente
el pesimismo es un prejuicio que nos encarcela y el optimismo es una confianza que
nos permite un poco más de libertad o de manejo de la situación difícil.
Tal vez por eso decidí llamar
(sólo por deformación profesional) al optimismo que uno debería buscar, como el "optimismo del médico".
¿Qué significa este optimismo para mí? Pues cuando una persona que ejerce la medicina se encuentra con un paciente procura llegar a un diagnóstico lo más certero, completo e integral (o a eso debiera tender). Confundir desánimo con depresión o decepción con optimismo es factible, pero claramente el diagnóstico es diferente y si no nos damos cuenta, cometeremos un gran error.
¿Qué significa este optimismo para mí? Pues cuando una persona que ejerce la medicina se encuentra con un paciente procura llegar a un diagnóstico lo más certero, completo e integral (o a eso debiera tender). Confundir desánimo con depresión o decepción con optimismo es factible, pero claramente el diagnóstico es diferente y si no nos damos cuenta, cometeremos un gran error.
Pero lo cierto, cuando se consigue el diagnóstico, el medico o la médica tratará de usar los recursos disponibles,
desde su saber, siempre limitado, hasta el uso del saber de otros colegas, para
aportar una solución y, para ello, buscará comunicar a esa persona que está al
frente, padeciendo, el mejor escenario disponible. Si el médico dice que la
situación es mejor de lo que es, mintiendo no está siendo optimista, sino
negligente. Si el médico promete la cura, lo sabemos, también está siendo
negligente. Debe ser optimista, sin dudas, pero partiendo de esa premisa
médica: algunas veces curamos, siempre acompañamos.
Ser optimista es ver la realidad y, a partir de ello, creer
posible aplicar los mejores recursos disponibles, confiando que eso será útil y
permitirá recibir u ofrecer la calma que genera un poco de paz, un poco de
satisfacción y la sensación veraz en una esperanza humana posible.
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