Las noticias sobre la pandemia nos pesan. Están a nuestro lado. No sólo circulan, como este virus, sino que oscilan entre una vaga tranquilidad que armamos con poco y alguna sensación que surge de la esperanza, ese material intangible que nos hace respirar, tantas veces, cuando las cosas parecen medio torcidas. Pero aquí estamos, aun transitando la duda. Efectivamente, no éramos pocos los que esperábamos empezar el mes de julio con bastante de la antigua normalidad. Pero no, estamos de nuevo en una situación complicada, a lo que se debe agregar, el tiempo que hace mella en los ánimos. Junio se termina y las cosas aún están complicadas. Los números son contundentes y muestra que estamos transitando una fase sensible de la enfermedad. En el medio, buscamos – a veces, encontramos- sobre qué aferrarnos. Así podemos pensar que hay un par de puntos que nos dan un respiro, por decirlo de algún modo: 1- las vacunas existentes y que se distribuyen con bastantes aciertos y algunos errores (pero voy a insistir con los aciertos, porque es importante en estas épocas apoyarse sobre estos elementos) y 2- hemos avanzado en el conocimiento de la enfermedad y en algunas cuestiones para tratarlas. Pero, lo sabemos, la prevención, que siempre fue conocida, nos cuesta: la distancia social, las restricciones auto-impuestas para las reuniones sociales, el uso del barbijo de forma correcta, son cosas simples pero que se hacen cuesta arriba para muchas personas. Sea porque están cansadas, sea porque no lo perciben, sea porque creen que no es para ellos. Para que el panorama se complique aún más, sabemos que el factor económico pesa y pesa mucho. Las necesidades aparecen y, entonces, no por capricho, hay mucha gente que debe exponerse.
Son varios problemas por eso se dice que esta pandemia es,
en realidad, una sindemia. Es el
término que los antropólogos utilizan para referirse a que no es una única
situación de morbilidad la que nos rodea, sino que hay varias que se potencian.
Una sindemia es, según Singer, el
antropólogo que acuñó el término, la situación cuando “dos o más enfermedades
interactúan de forma tal que causan un daño mayor que la mera suma de estas dos
enfermedades". En este caso, a la pandemia COVID-19 se suma, también la
pandemia de la violencia contra la mujer, que estas épocas también ha tenido
una escalada. Como también el aumento de desórdenes metabólicos, entre otros.
Recordemos que, desde siempre, las dos preocupaciones más
fuertes que tiene el ser humano están dadas por el eros y por el tanatos. El
amor y la muerte nos preocupan, nos inquietan, nos movilizan. Esta pandemia nos
ha movilizado mucho porque estas dos aristas han irrumpido como una constante.
Porque ambas surgen se han hecho omnipresentes en el cotidiano nuestro. De
repente, el eros, no como cuestión
filosófica, sino como hecho concreto el que funciona en el acto de la
convivencia y el tanatos, que toma
ese valor porque genera un sufrimiento que no podemos negar: la ausencia total
siempre es omnipresente como realidad o como riesgo latente y cercano.
No por nada, se insiste que lo que vivimos ha generado mucho
malestar y ha afectado a la salud mental de una manera que no podemos obviarla
y que, cuando todo pase -porque lo sabemos, pasará-, nos deberemos hacer cargo
de una manera más eficaz, concreta y contundente. Reconstruir nuestro
cotidiano. Para pensar en eso, hay un concepto maravilloso de la “resiliencia”
que uno de sus promotores Boris Cyrulnik, un referente mundial en esta
temática, la define simplemente como iniciar un nuevo desarrollo después de un
trauma”. Surge de una convicción que podemos tener y/o promover “la capacidad
de triunfar, de vivir, de desarrollarse de manera socialmente aceptable, a
pesar del estrés o de una adversidad que implica normalmente el grave
riesgo de un resultado negativo”.
Por ello, frente a la incertidumbre que se vive, frente a
este cotidiano afectado, frente a las terribles pérdidas que hubo, pensemos que
el futuro es aquello que vamos a construir en nuestro día a día y para ello,
debemos creer y darnos cuenta que no debemos hacerlos solos o, también darnos
cuenta que el otro quizás nos necesita un poco más. Como siempre pienso, esto
implica una verdad elocuente: nosotros también somos ese otro.
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