Estar lejos no es distancia. Es estar en lugares donde tu palabra no es reconocida. Donde tu nombre se repite en el eco de las preguntas que te reconocen. Donde la marginación se hace presente en gestos de exclusión de cualquier tipo. Discriminación que puede ser activa, pero que se hace, sobre todo, progresiva y pasivamente: te van poniendo trabas para que, día a día, veas la diferencia con los que están allí. Para que puedas sentir, experimentar, vivenciar la diferencia entre lo que los demás hacen normalmente y tu tienes todos los límites para hacerlo. La exclusión es un proceso que se genera, paso a paso, que parte desde la dificultad para tener un nombre, en el sentido administrativo, al dificultarte los papeles que te dan derecho, hasta impedir que se reconozcan las capacidades para ejercer la profesión, el oficio, que podías tener en ese lugar que hiciste distancia por la razón que quieras.
En este mundo está bien visto estar contra la discriminación de las personas. Es muy fácil estar en contra de esta “verdadera plaga social”, sólo hace falta elaborar discursos pletóricos de citas y elocuentes en sentimientos. Sin embargo, hacer algo para evitar la discriminación, favorecer la integración, combatir a los propios ciudadanos que excluyen al extranjero, desarmar las mafias que fomentan la carrera de obstáculos imposibles de sortear a las personas; en definitiva condicionar los discursos al ejercicio efectivo de la realidad, eso es algo que cuesta mucho más.
La sinceridad no es algo que se pague bien en política. La diplomacia exige discursos prolíficos de situaciones ideales. La realidad práctica exige el coraje de decir, decidir y realizar las cosas que muchas veces se oponen al poder real, que en este mundo capitalizado, está establecido por los intereses económicos.
Cada país tiene verdaderas virtudes en la lucha contra la discriminación. Pero en esta lucha no hay trofeos. Por eso no se trata de ensalzar las virtudes de las victorias, ni de hacer comparaciones con aquellos países que no logran ciertos beneficios. No, esta lucha se da en lo que aún fallamos, no en lo que ya conseguimos, logramos o concretamos. Puesto que eso, lo que aún fallamos, repercute claramente sobre las personas que todavía sufren esas limitaciones.
Enhorabuena por los logros, permiten alentar la esperanza de la victoria contra la discriminación, Pero no hay tiempos ni para discursos, ni para actos. Aún falta mucho por hacer, en todos sitios. Ser extranjero es todavía una lápida para algunos. Ser excluidos es una realidad para muchos. Ser diferente tiene aún un precio muy alto a pagar.
El poder te excluye, el poder te impide, el poder nunca pretende la igualdad, sino la exclusión. No podemos negar esa realidad del poder, pero si podemos avanzar, constantemente en la gestión adecuada, en el control exhaustivo para que el poder tenga menos radio de acción, más límites y que ellos estén dados por el derecho a la libertad, la integridad de ser uno mismo y el de poder ganarse el pan con el usufructo de sus capacidades.
E, lunes, 26 de abril de 2004