Ahora bien, esto le agregamos
el hecho, aparentemente secundario, de la reacción del otro, “del comunicado”.
De aquel al que le decimos algo para que tenga una reacción según lo que
comunicamos. A veces el “comunicado” no percibe las cosas, independiente de
nuestra claridad. El otro también tiene sus intenciones, sus deseos, sus miedos
para escuchar. Con ese ida y vuelta, posible pero no siempre presente vamos por
la vida comunicando y confiando que lo hacemos bien o mal, lo que fuera.
A esto, siempre hay que agregar el que ve desde “afuera”. El que
observa como comunican las otras personas. Por ejemplo, la otra vez vi una
mujer tocando la guitarra y mirando a su marido. Vi alegría y algo más. Pero es
mi percepción. Donde lo que veo son una imagen y la asocio con lo que creo lo
adecuado, lo justo, lo necesario, lo inevitable. Esto, independiente de lo que
realmente comunican entre ellos –aún cuando puede ser lo mismo- va por otro
carril. Mi percepción siempre es mi percepción. Es esa percepción sobre los
mensajes que hace que uno actúe. Eso, necesariamente genera errores. Muchos
errores. Así es la vida, asi de compleja, a pesar que sigue siendo fácil mirar
y hablar.
Todo esto no quita que, sigamos pensando, deseando y confiando que
siempre haya personas que cuando te miran a los ojos son capaces de ver tu alma
desnuda. Será porque esa evidente fragilidad nos permite la intimidad donde la
comunicación perfecta deja de ser sólo una utopía para ser un camino a
realizar.