Osar. Hay en esta palabra dos nociones antagónicas. De un lado, el
desafío personal y del otro lado, una intención brutal de homogenizar al otro. En
el primer caso cuando la intención de la osadía nace de uno. En la segunda
cuando reclamamos al otro que haga lo que nosotros creemos que sería osado.
Esto incluye el querer poner como parámetro lo que uno cree, siente, evalúa.
Osar implica hacer algo que parece peligroso, terrible para la
consideración general. Algo que rompe los moldes, que transgrede las normas que,
para el caso, impiden algo que es valorado como importante para quien “osará”.
Osar implica, o tiene perfume, el desafiar el orden establecido. Enfrentar las
reglas que impiden algo que es lo necesario, en ese momento. Osar es arremeter
contra quienes quieren imponer una visión y que no nos dejan llegar a lo
preciado. Osar, es vivir diferente. Son ideas de ser osado. La percepción de
osadía como sinónimo de ser uno mismo.
Pero, osar es también ser el salmón. Nadar contra la corriente del
tiempo. Ir donde uno cree que debe ir, a pesar de los demás, de los
“instintos”, de la masa o de los intelectuales. Ir contra esa corriente, aunque
esto implica, -¡Oh, grandiosa humanidad!- el equivocarse de plano.
Osar implicaría ser capaz de ir también en contra de su propia
soberbia de pensarse infalible; osar es reconocer la culpa, el error, el
desatino, la pérdida. Pero no ante todos, sino antes los que se merecen el
reconocimiento. No digo Dios. Esto es cosa de humanos y además, según dicen, el
es omnisciente y sabe si la jodimos y si nos arrepentimos realmente. Así que
dejemos eso para otra historia.
Osar a ser uno, a buscar esa identidad. A desafiar su propio
razonamiento. A ver el horizonte y redescubrir colores, sentidos y valores.
Osar a lo desconocido y, frente a lo conocido osar a volver a verlo y a descubrirlo.
Osar a ser quien hace lo distinto, lo necesario, lo justo, lo adecuado aunque
sea lo convencional, si amerita hacerlo. Osar a sacrificar algo por quienes son
frágiles en un momento. No es ser héroe. Es intentar hacer lo necesario por la
felicidad de quienes crees importantes, aún contra lo que puede pensarse que es
lo bueno sólo para tí. Es pensar un poco en quienes nos rodean y que merecen un
poco más. Pero osar es también pensar en uno. Eso sí, nunca el olvidarse que
uno tiene que formar parte de sus decisiones, aunque esas decisiones no siempre
sean las mejores.
“Gracias a la vida”, esa canción de Violeta Parra, inmortalizada en la
voz de Mercedes Sosa, habla de eso. Uno agradece a la vida cuando se ha
comprometido con esa idea de ir por el mundo (¡nómade soy!), encontrando a las
personas del modo que uno puede. Sabiendo que, muchas de ellas, nos permitirán
el avanzar mejor, el ser más felices. El superar las adversidades. En ese
camino, osaremos amar (Ojalá). Amar que implicará siempre renunciar a algo.
Ojalá siempre lo hagamos osando ofrecer lo que consideramos lo mejor para el/la
amada.