“Queda prohibido” de Neruda, “Instantes” de Borges, “La Marioneta” de
García Márquez, son algunas de las obras que, aprovechando la magia de internet,
circulan desde hace años. Los tres textos tienen dos características específicas.
La primera que apelan a lo que se debería hacer; son como una invitación
directa a vivir lo mejor que tenemos. La segunda, que ninguno de los escritores
citados fueron sus autores. La primera es de Alfredo Cuervo Barrero, el segundo
de Nadine Stair o a Don Herold (hay controversia en este caso) y el tercero,
del ventrílocuo mexicano Johnny Welch.
Los tres poemas apelan a la sensibilidad que está a flor de piel y
para ello se basan sobre un factor humano esencial: la muerte. Al presentarla
como inminente, aparece el lamento o la exigencia sobre lo vivido y surge el
mensaje sobre la necesidad de repensar la vida y lo que uno debería haber hecho
para ser feliz, (en el caso de instantes y la marioneta) y a buscar la
honestidad personal (en el atribuido a Neruda) como el camino esencial a la
felicidad cuando el fin se aproxima (idea que está presente en temas musicales
tan conocidos como My Way o Je ne regrette rien).
Esos mensajes que resumí que, citando a García Márquez –cuando se
refirió a ese texto atribuido a él-, son “cursis”, los textos tocan alguna
sensibilidad en las personas. Apelan a ideas que son universales. Ideas que
estos arduos trabajadores de las palabras, de los sentidos y de las imágenes
escribieron, de alguna forma y, sobre todo, de otra manera. Si, escribieron,
por eso son grandes escritores de modo más refinado, más sugestivo, más
elaborado. Viene a mi memoria, por ejemplo, el poema de “Remordimiento” que
efectivamente escribió Borges.
Entonces, ¿Por qué atribuir a esos autores lo que uno quiere decir?
Porque es más fácil. Así de simple. Es
más fácil poner nuestras palabras en boca de personas que aparecen como
irreprochables, aunque sea en su escritura. Pensamos que así el mensaje toma el
valor que deberían tener. Eso lo hacemos muchos aprovechando que son lectores,
algunos los citamos literalmente, otros lo plagian aprovechando que el público
no siempre es gran lector.
Lo cierto que todo ser humano tiene la capacidad de decir algo que sea
lo suficientemente elocuente, adecuado y necesario para que la idea, aún
repetida, toque el sentimiento en otras personas y pueda, con ello, despertar
el entusiasmo que empuja a la felicidad. Por ello no hesitemos en intentar
decir, con nuestras palabras, lo que sentimos, aunque ya esté dicho, aunque ya
esté escrito. De ese modo seguiremos recreando ese instante fugaz en que la
inspiración y el trabajo es capaz de gobernar el espíritu y producir esos
pequeños cambios que transforman la utopía en horizonte.