Este domingo es el
día del niño. Esos días simples que pueden ser un remanso, para imaginarnos
capaces de esas cosas que hacen la felicidad. Cosas simples, que no necesitan
más que un poco de disposición de ánimo, para sentir los ecos de la paz que
puede nacer de un corazón que se permite creer que lo necesario, realmente necesario, es muy poco; creer que la alegría surge un poco de la sonrisa que uno presenta y otro de
esas que el otro/a nos retribuye.
Ser como niños es
un pedido que escuchamos tantas veces. Una especie de plegaria con algo de
utopía. El ser humano insiste con que eso resolvería tantas cosas; pero, al mismo tiempo, sabemos que el mundo se empecina en hacer que la vida sea muy complicado, alejada de toda
noción de infancia y, sobre todo, que exista un mundo donde una parte de los niños, que andan por el mundo, tengan que pensar en sobrevivir. Si, la humanidad está en deuda mientras haya
niños y niñas que sufran privaciones, dejadez, violencia, hambre.
Algo, como
humanidad, estamos haciendo pésimamente mal si las lágrimas de un niño aparecen
por otra cosa que no sea por las trivialidades que una buena infancia hace
derramar lágrimas: una caída jugando, una bebida que se cae, un golpe con la
bicicleta, otro niño que no presta su juguete y esas cosas. Algo hacemos mal si antes esas lágrimas, que son necesarias para una niñez, no encuentran nadie que las pueda consolar con las cosas simples: unas palabras de cariño, un gesto de cercanía, un juego ingenuo o cosas como esas. Algo hacemos mal si las lágrimas aparecen por cualquier tipo de violencia, de abuso,
de inequidad social, de injusticia y la respuesta es la indiferencia, el daño, la maldad.
Podemos explicar
las cosas de tantas maneras –económicas, sociales, jurídicas, pedagógicas,
hasta genéticas- eso hará que se alivien nuestras penas y podamos vivir
tranquilos; pero, seguirá siendo incomprensible, que alguna infancia
sea cegada por normas de cualquier tipo. Así de simple, un niño, una niña que
sufren porque la corrupción existe, porque la impunidad hace proliferar las
violencias, porque existe una industria que necesita sobrevivir, porque los que
manejan el dinero aún quieren un poco más, un poco mucho más, porque las
cegueras ideológicas imponen la muerte, la mutilación, el dolor, la
intolerancia, en cualquier de sus manifestaciones. Todo se puede justificar,
pero no quita, algo como humanidad hacemos mal.
Si, nos tomemos
el día del niño como la oportunidad de oro de hacer que la infancia se
manifiesta con toda su corte de maravillas. Dejemos que la risa, la alegría, la
inocencia, la ingenuidad y el deleite de permitirnos el juego se presente sin
temor y con la sincera intención de hacer que dure mil años seguido.
Al día siguiente,
volvamos a ser adultos, creativos, inteligentes que saben que su
responsabilidad, sea cual fuera, es hacer que la infancia se extienda como un
manto infinito alrededor del mundo entero, con la magia de su simplicidad, con
la alegría de su esencia y con la convicción de la imprescindible necesidad de
su existencia total.