Besar es una de las acciones más intensas y rutinarias que
hacemos los humanos. Los labios, que no hablan en ese momento, expresan los
sentimientos más diversos. En ese gesto se pueden manifestar desde la
indiferencia, sin olvidar la traición, hasta esa alquimia perfecta que
sintetiza un todo. No hay gesto que tenga la posibilidad de distancia y de
intimidad, en el mismo movimiento, en idéntico comportamiento. Los labios que
se acercan a otro cuerpo, sea donde sea que se depositen, está allí el poder de
síntesis de la expresión humana.
Se besa con indiferencia, con intención, con aversión, con
animosidad, con deseo, con dolor, con pena, con rabia, con locura, con desazón,
con lágrimas, con sonrisas, con pasión. Se besa, con la intención de besar y
también sin ella. Se besa en lugares ocultos para ocultarse y en lugares
ocultos para encontrarse. No existe ninguna parte del cuerpo humano que no haya
sido besada, aunque nosotros nos hayamos privados de alguna de ellas. Los
labios son capaces de peregrinar por todos lados, generados en ese andar,
tantas sensaciones, algunas repetidas y muchas diferentes. Lo curioso que
muchas de ellas son el fruto no de lo que nuestros labios dicen, sino del eco
que produce en ese otro cuerpo.
Algunos besos recordamos, algunos ansiamos, otros deseamos y
volvemos a empezar. Entre el olvido y el deseo nuestros labios siguen el largo camino
que nuestros besos ya recorrieron. Somos, sin dudas, seres de encuentros y por
lo tanto, de desencuentros posibles. Los besos –sobre todo aquel beso- son esos
faros que necesitamos.
Besar es, quizás, la tarea titánica que debemos hacer para
acercarnos al otro. Esa sencilla capacidad que tenemos de poder intentar, y
volver a hacerlo, ofrecer la intimidad donde se trasmite compañía, sentimiento
y/o ternura.
Un beso, seguirá siendo, ese tatuaje que se hace con la tinta
de nuestros sentimientos. Algunos, lo sabemos, son indelebles. Para los demás y
para nosotros, aunque fueron hechos, allá, en la noche de nuestros tiempos.